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Y además, desconfiaba ella mucho de la actitud de esta e ignoraba hasta qué punto podría contarse con ella para los trabajos de la Restauración... Cierto que su amistad con la reina destronada había sido siempre íntima, leal y consecuente, pero le constaba a ella de buena tinta que Bravo Murillo tuvo la impertinencia de comunicar a la marquesa la respuesta dada por el arzobispo de Valladolid a la consulta de si la Restauración había de conservar o no la unidad católica, y esta no podía ser más terminante: «No era lícito a ningún partido político prescindir de ella». Que era esto una tontería, una chochez del arzobispo, corriente.

Aquí empezó una de votos y juramentos del honrado corredor, de quien tan injustamente se desconfiaba, y de lamentaciones deprecatorias de mi sobrino, que veía escapársele de las manos su repetición por una etiqueta de esta especie; pero me mantuve firme y le fue preciso ceder al hebreo mediante una honesta gratificación que con sus votos canjeamos.

Hizo Mendoza al fin su ejercicio de preguntas, y no fue más que mediano, de suerte que aun poniéndose en lo mejor, desconfiaba mucho de llevar número, lo cual le traía muy cabizbajo y desalentado.

Nina desconfiaba, creyendo que todo era broma del guasón de Antoñito, y que en vez de encontrar a Doña Francisca nadando en la abundancia, la encontraría ahogándose, como siempre, en un mar de trampas y miserias.

contestó la joven ; le he buscado... porque creía amar á un hombre... desconfiaba de él... necesitaba un bebedizo... pero yo soy cristiana, señor, yo creo en Dios, yo le adoro exclamó llorando la Dorotea. Os he asegurado que nada tenéis que temer dijo el padre Aliaga ; pero es necesario que cambiéis de vida; que dejéis el teatro, y no sólo el teatro, sino el mundo.

Estaba en playas elegantes, cuyos nombres oía por primera vez el torero, siendo para él de imposible pronunciación; luego se enteró de que viajaba por Inglaterra; después, que había pasado a Alemania para oír unas óperas cantadas en un teatro maravilloso que sólo abría sus puertas unas cuantas semanas en el año. Gallardo desconfiaba de verla.

La afición tiene los ojos puestos en ti. ¿Qué tal van esas fuerzas? Gallardo no desconfiaba de su vigor. Los meses de permanencia en el campo le habían robustecido. Estaba ahora tan fuerte como antes de la cogida. Lo único que le hacía recordar este accidente, cuando cazaba en el cortijo, era cierta debilidad en la pierna herida. Pero esto sólo lo notaba después de largas marchas.

En aquel momento trataba de identificar este ideal con la persona de Huberto; pero al mismo tiempo desconfiaba de él, deseaba que no se declarase, ante el temor de que una brusca desilusión no la hiciese caer en la realidad. Aspiraba con pasión a encontrar una alma simple, enérgica, y un vago presentimiento la hacía temer que no encontraría lo que buscaba en lo que Huberto iba a revelarle.

En vista de lo cual, aunque desconfiaba de la farsa, fingió aceptarla, considerándola como un modus vivendi necesario para sellar el vergonzoso pacto. El taponazo del Champaña le sacó de sus cavilaciones. Don Juan, alzando la espumante copa, le dijo, como si fuesen antiguos compañeros de calaveradas: Cuando dos caballeros quieren entenderse, no hay quien pueda con ellos.

Desconfiaba con las tendencias imperialistas de esa nación y creía que abrigaba propósitos absorbentes, contra los cuales las repúblicas latinas debieran estar prevenidas. Méjico, decía, solo ha podido evitar nuevas desmembraciones merced a una política hábil, en que sin resistir directamente, ha evitado la invasión de intereses americanos.