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Actualizado: 6 de septiembre de 2024
Quejándose el de Lerma de muchas cosas pasadas después de la paz de Vervins, en perjuicio de los juramentos solemnes de conservarla, y enumerándolas, dijo: «Que Antonio Pérez y otros españoles y portugueses se acogieron de muy poco acá á Francia, y que tal manera de vivir cría muy gran desconfianza entre los dos Reyes é impide una verdadera reconciliación tal cual está deseada.»
No quiero juramentos, señor Andrés, ni quiero promesas; sólo quiero remitirlo todo a la experiencia deste noviciado. Sea ansí respondió Andrés . Sola una cosa pido a estos señores y compañeros míos, y es que no me fuercen a que hurte ninguna cosa, por tiempo de un mes siquiera; porque me parece que no he de acertar a ser ladrón si antes no preceden muchas liciones.
Uno de estos arbustos exigía varios hombres y un día entero para ser arrancado, y cuando los roturadores á destajo lo encontraban, prorrumpían en lamentaciones y juramentos.
»Sí, el Rey está enfermo, y te llama... tiene necesidad de tu ciencia. Su vida, que habías salvado, está nuevamente en peligro, y olvidas por una mujer tus juramentos, tus bienhechores. »¡Pero esta mujer lo es todo para mí: es mi alma, es mi vida! »Te compadezco, Carlos; pero no transijo con el deber: vengo a buscarte y tendrás que seguirme. »No puedo abandonar a Juanita. »Me seguirás, te digo.
He soñado muchas veces continuó ella con un hombre que robase por mí, que matase si era preciso, y fuese á pasar el resto de sus años en una cárcel... ¡Pobre ladrón mío!... Yo viviría únicamente para él, pasando día y noche junto á las murallas de su prisión, espiando las rejas, trabajando como una mujer del pueblo para enviar buena comida á mi bandido... Eso es amor, y no las mentiras frías, los juramentos teatrales de nuestro mundo.
Ocho semanas pasaron bregando con el mar y con la atmósfera. El viento se llevó un velamen completo. El buque, de madera, algo descoyuntado por esta lucha interminable, comenzó á hacer agua, y la tripulación tuvo que mover día y noche las bombas. Nadie llegaba á dormir varias horas seguidas. Todos estaban enfermos. La voz ruda y los juramentos del capitán apenas podían sostener la disciplina.
Las mujeres le miraban asombradas; los hombres retrocedían, formando ancho corro en torno de él, que prorrumpió en juramentos, agitando sus manos como si fuera a cerrar a golpes con toda la chusma. Le enfurecía el silencio de aquella gente, como si estuviera ante una tripulación insubordinada. ¿Desde cuándo el capitán Llovet no encuentra en su pueblo hombres que le sigan al mar?
Es probable que nada de esto fuera objeto de aquellos íntimos debates: no hacían sus voces otra cosa que expresar mil inquietudes interiores, pintar ciertas turbaciones del espíritu, formular preguntas intensamente apasionadas, cuyas réplicas aumentaban la pasión; confesar secretos, cuya profundidad crecía al ser confesados; hacer juramentos, manifestar ciertas dudas, cuya resolución daba origen á otras mil dudas; pedir explicaciones de misterios, que engendran misterios sin fin; explicar lo inexplicable, medir lo infinito, agotar lo inagotable.
»Todas estas demandas y respuestas revolví yo en un instante en la imaginación; y, sobre todo, me comenzaron a hacer fuerza y a inclinarme a lo que fue, sin yo pensarlo, mi perdición: los juramentos de don Fernando, los testigos que ponía, las lágrimas que derramaba, y, finalmente, su dispusición y gentileza, que, acompañada con tantas muestras de verdadero amor, pudieran rendir a otro tan libre y recatado corazón como el mío.
Esto no impedía que al llegar la hora del triunfo los juramentos se degollasen sacrílegamente por el reparto de unos señoríos tan grandes como la Península, con montañas que años después habían de vomitar metales preciosos por las gargantas de sus bocaminas.
Palabra del Dia
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