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ESCIPIÓN. Gracias a Dios, no soy todavía vuestro marido para permitiros burlaros de . CLEOPATRA. ¡Muy bien! ¿Conque os congratuláis de no ser todavía mi marido? ¡Tiene gracia! ¿Queríais hacernos creer en la sinceridad de vuestros juramentos? ESCIPIÓN. ¡No, no es posible! Es una lógica que no entiendo. Os ruego que acabéis. CLEOPATRA. ¿Y si no quiero?

Cuando juraba ser fiel con los más solemnes juramentos, poniendo por testigos el amor y la vida, nunca estaba seguro de decir verdad. Sentía la sospecha de que al día siguiente una blancura entrevista, un revoloteo de faldas, lo armonioso de una línea, el ritmo de un paso, la simple novedad de lo ignorado, podían hacerle correr fuera de su camino lo mismo que una bestia en celo.

No importa que suframos destierros y prisiones, tormentos infernales con salvaje furor; ante el altar sagrado que en nuestras corazones juntos te hemos alzado, sin mancha de pasiones, juramentos te hicieron el alma y el honor.

Estamos a la espera de lo que llega, crédulos y fatuos para aceptar como una fortuna la primera hembra que nos mire, ágiles y prontos para nuevos deseos, olvidando el ayer con la inconsciencia de una profesional...» De nuevo el recuerdo de la carta con los juramentos de Sigfrido volvió a su memoria.

Para darte leyes y obligarte á cumplirlas existe un hombre sagrado, ungido por Dios. No: yo y mis hermanos le ungimos. Es Rey porque nosotros queremos. Es sagrado para si cumple el pacto solemne que ha hecho con todos y cada uno. Si no, no. Pero lo cumplirá, lo ha jurado. Hay juramentos contestó sobriamente Coletilla, cuyo cumplimiento es un crimen. Lázaro sintió frío en el corazón.

A la fingida visión que así gozaban los ojos, sucedía luego la ilusión de voces y palabras confusamente recordadas: promesas, juramentos, ternezas; todo el interminable repertorio de frases deliciosas que el diablo inspira a los que van a pecar, están pecando o acaban de pecar. Casi de madrugada se acostó con un periódico en la mano, según su costumbre.

Entonces mi mujer echó juramentos sobre , que yo pensé la casa se hundiera con nosotros, y después tomóse a llorar y a echar maldiciones sobre quien comigo la había casado, en tal manera que quisiera ser muerto antes que se me hobiera soltado aquella palabra de la boca.

Al ver que ardía nuestro navío, se nos redobló la rabia y cargamos de nuevo la andanada, y otra, y otra. ¡Ah, señora Doña Francisca! ¡Bonito se puso aquello!... Nuestro comandante mandó meter sobre estribor para atacar al abordaje al buque enemigo. Principiaba a amanecer: ya los penoles se besaban; ya estaban dispuestos los grupos, cuando oímos juramentos españoles a bordo del buque enemigo.

Representabas una diversión interesante con tus galanteos á la española, esperándome fuera del hotel para asediarme con tus promesas y juramentos. Me aburría durante la espera forzosa en Nápoles.

Recogían, sobre todo el segundón, los juramentos y palabrotas de los gañanes, y andaban siempre con la boca hinchada de obscenidad y ardiendo, uno y otro, en esa urgencia carnal que ataca, de ordinario, a los donceles. Beatriz prefería al mayor, que era rubio y hermoso; pero saboreaba desde luego la femenina fruición de esperanzarlos a la par.