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Actualizado: 6 de junio de 2025
Eran unos hombres que venían borrachos profiriendo horribles juramentos, atropellando y riendo desenfrenadamente como una turba de demonios regocijados. La joven sintió tal sobresalto, que no pudo permanecer allí un instante más y echó á correr con mucha ligereza.
Porque ahora no serás tan malito como antes. ¿Verdad, pillín mío?... ¿No serás, no, verdad, rico mío? Que no, que no... Vas a ver... Tú te convencerás... Júramelo... ¡Ah!, ¡qué tonta!, ¡como si los juramentos valieran! En fin, que ahora tomaré mis precauciones... Si mi idea se cumple... ¿Y cuál es tu idea?, ¿qué idea es esa?
Ahora, pobreza, desconfianza, menosprecio, olvido.... ¿Dónde estaban los amigos de mis padres? No quedaban más que dos: el bondadoso médico y el desgraciado dómine.... Me dí a pensar en los días felices de mi primer amor. Entonces surgió ante mis ojos blanca figura de mujer. Esbelta, pálida, vaporosa, ideal, aquella imagen querida venía a recordarme olvidados juramentos, promesas no cumplidas.
Se encontraron por las mañanas en las inmediaciones del hotel, y algunas veces bajó ella al comedor, cruzando sonrisas y miradas con el marino, que ocupaba por su desgracia una mesa lejana. Luego pasearon, hablaron, rió Freya bondadosamente de los amorosos juramentos del capitán... Y esto fué todo.
Acúdenle los soldados con estéril diligencia; no salen los españoles de la terrible sorpresa vanas son las esperanzas; sola su desdicha es cierta; ¡no le tornan a la vida juramentos ni querellas...!
Daba su palabra de honor... Y en la confusión de su excitado deseo, sin saber ciertamente lo que decía, sin darse cuenta de lo grotesco de sus juramentos, buscó nuevos testigos, nuevos fiadores... Prometía respetarla por lo que amara ella más en el mundo, por todo lo que venerase él con mayor admiración. Te lo juro... ¡por Wagner! Te lo juro... ¡por Víctor Hugo!
Dejaba escapar de su pecho exclamaciones de ira, juramentos de venganza y apóstrofes de despecho contra sí mismo. «¡Bien merecido lo tengo por meterme con esa gente!». Cuando llegó a Madrid echado de la corte de D. Carlos, fue a casa de su tía, según costumbre antigua; pero apenas paraba en la casa.
Los billetes que, sin saber cómo, a mis manos venían, eran infinitos, llenos de enamoradas razones y ofrecimientos, con menos letras que promesas y juramentos.
En tales momentos, se diría que nuevas voces, ya fuertes, ya suaves, se mezclaban con los gritos de la multitud abigarrada; gritos aislados flotaban a veces sobre el ruido general, semejantes a copos de espuma sobre las olas: risas nerviosas, histéricas, fragmentos de canciones, juramentos furiosos.
En los días sucesivos se alteraron un poco sus hábitos. Estaba mucho menos tiempo fuera de casa: dentro no se escuchaban aquellos juramentos y amenazas que por el más insignificante descuido dejaba escapar de su boca: se levantaba tarde, se acostaba temprano: jugaba largas horas al rentoy con los parroquianos, y en las disputas que el juego suele engendrar mostrábase tolerante y conciliador.
Palabra del Dia
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