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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Creo que nos entenderemos, que viviremos como buenos cristianos, en santa paz. El señor Vicente entró a detallar su futura vida. Libertad completa para todos. Ellos tenían su llave, y él guardaba la suya. Cada uno podía entrar y salir cuando quisiera. No hacía falta llamarse mas que en casos de necesidad, como buenos hermanos. El se acostaba muchas veces cuando aún había sol en el horizonte.

El sol se acostaba en un mar de púrpura, sobre un vapor flotante y encendido, exhalando sus ardores de reposo y de amor. Balanceábase majestuoso sobre las nubes resplandecientes con melancolía infinita, escuchando graves y sublimes armonías que no llegarán jamás al oído de ningún mortal. El manto carmesí de la tarde tachonado de estrellas caía de las profundidades del firmamento.

Don Fernando temblaba: sus gafas azules empañábanse turbando la visión de sus ojos. La fría impasibilidad que le había acompañado en los azares de su vida, derretíase ante aquel pequeño cadáver, ligero como una pluma, que acostaba en el lecho de su miseria.

La Regenta, si caía iba a ser exageradísima». Y se preparaba Mesía. Leyó libros de higiene, hizo gimnasia de salón, paseó mucho a caballo. Y se negó a acompañar a Paco Vegallana en sus aventurillas fáciles y pagaderas a la vista. «El diablo harto de carne...» le decía Paco. Y don Álvaro sonreía y se acostaba temprano. Madrugaba.

Su padre, que tenía el sueño fuerte, no estaba tal vez enterado a aquellas horas del suceso. Ya podía ladrar el perro y sonar junto a la alquería tantos disparos como en una guerra; el buen Pep, cuando se acostaba cansado de sus faenas diurnas, era insensible como un muerto. Los demás de la casa habían pasado una noche de angustias.

Me acostaba, y la baraúnda de las calles zumbaba en mis oídos, y desfilaban, en hilera interminable, las figuras heterogéneas que en el día habían pasado ante mi vista.

«Bien; esto era racional». Por eso se acostaba, porque él siempre se rendía a la razón y a la evidencia, y pensaba rendirse aún más, si cabía, ahora que iba a ser padre y tenía que dar ejemplo.

Iba todas las noches a las reuniones del gran mundo para encontrarse con ella, y tan pronto como había abandonado el baile, el duque volvía a su casa, daba las buenas noches a su mujer y se acostaba.

Poco a poco fue permaneciendo más horas en la cama; se levantaba tarde; se acostaba temprano. Perdió el gusto para trabajar en la huerta. No salía de las cuatro paredes de la casa. Dentro de ella dejó de ocuparse en las cosas que antes le entretenían; hacer estuches, cuidar la pajarera y otras obras manuales.

Si volvía a casa más tarde que yo, entraba y se acostaba con tal cautela, que nunca me despertó; si se retiraba más temprano, me aguardaba leyendo para que pudiese acostarme sin temor de hacer ruido. Por las mañanas nunca se despertaba hasta que me oía toser o moverme en la cama.

Palabra del Dia

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