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Te vas con él á Inglaterra; me le quitas cuando sabes que no puedo vivir sin él. Tu me asesinas, tu me... La voz se perdió en mi garganta y, fuera de , permanecí delante de ella sin decir palabra y como atontada. Juana me creyó impotente y aniquilada y cobrando ánimos me dijo con risa insultante: ¡Bah! No le amas tanto puesto que le olvidas muy bien conmigo...

Al comienzo de la enfermedad de Pomerantzev su mujer, de quien se había separado hacía quince años, pretendió tener derecho a su pensión; para conseguirla, hasta hizo que un abogado litigara en su nombre; pero perdió la causa, y el dinero quedó a la disposición del enfermo. La clínica se hallaba fuera de la ciudad.

Un buen rato lucharon y retozaron como dos cachorros por el campo. Andrés, no pudiendo de ningún modo acercar los labios al rostro de la zagala, por primera vez perdió el respeto que la tenía y trató de hacer uso brutal de las manos. Rosa se formalizó de repente y le rechazó con violencia. Pero él, sin hacer caso de esta vigorosa advertencia, se obstinó en el primer intento.

El doctor dio orden de que le dejasen siempre abierta la puerta de la habitación, y el enfermo no se acordaba de que había en la casa otras puertas cerradas, y estaba muy contento. Pero desde que abandonó el lecho se le oyó llamar a la puerta vecina. Pomerantzev también se resfrió. Tuvo un fuerte romadizo; además perdió la voz, y sólo podía hablar bajito. Sin embargo, estaba de excelente humor.

Encontrose allí con Monthélin, acomodado cerca del fuego. El señor de Monthélin, que tenía ya demasiado con la presencia de Toby, se exasperó tanto al ver a de Lerne que perdió su sangre fría ordinaria; persistió contra todas las conveniencias en prolongar indefinidamente su visita, a tal extremo, que de Lerne tuvo que tomar el partido de retirarse el primero, aunque hubiese llegado el último.

¡Asesino, calumniador, sacrílego! repetía la cabeza; te acuso, ¡asesino, asesino, asesino! Y resonaba otra vez la carcajada seca, sepulcral y amenazadora como si absorta la cabeza en la contemplacion de sus agravios no viese el tumulto que reinaba en la sala. El P. Salví se había desmayado por completo. ¡Piedad! ¡vive todavía!... repitió el P. Salví y perdió conocimento.

Sería alcalde y las facultades de éste contrarrestaban muy bien las del ayuntamiento. Los del Saloncillo lo presentían también. Ambos partidos luchaban con empeño feroz. Por fin, el anciano alcalde perdió la elección por un corto número de votos.

La brigadiera, sin oír más, se lanzó sobre ella, la cogió por un brazo y la sacudió tan fuertemente, que la chica perdió el equilibrio y cayó al suelo, dando con la cabeza sobre un pie del piano: lanzó un grito y se llevó la mano a la cabeza, de donde corría un hilo de sangre.

Entre éstos, Quesada, el más notable, recogió las principales leyendas, y aunque desgraciadamente su manuscrito se perdió, los historiadores primitivos del nuevo reino de Granada las han conservado salvándolas del olvido.

, le admira... lo he leído en sus ojos... muy bien que hasta ahora no había mimado a su hija de usted... Excúseme usted... soy algunas veces tan distraída... suelo estar tan preocupada... Me decía usted, señor Fabrice, que eran ustedes todo el uno para el otro... ¿Hace mucho que esa pobre niña perdió a su madre? Poco más de cinco años. ¿Se casó usted muy joven? , muy joven.