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Actualizado: 24 de junio de 2025
Todo el mundo podía darse cuenta con sólo verlo que el tejedor era un avaro medio loco. Era sorprendente que el buhonero no lo hubiese asesinado. Muchas y muchas veces se había descubierto que la gente de esa especie, con aros en las orejas, eran asesinas. No hacía tanto tiempo que uno de esos individuos había sido juzgado, para que no hubiera gentes que lo recordaran.
Luego añadió con malignidad: Debo advertirle que tiene usted un rival. ¡Mucho cuidado, Ferragut! Volvió la cabeza para mirar al oscricario. Estaba ocupado en la contemplación da una gruesa señora de pelo gris y abundantes joyas, una viajera escoltada por su marido, que acogía con extrañeza las ojeadas asesinas del vendedor, sin llegar á explicárselas.
Te vas con él á Inglaterra; me le quitas cuando sabes que no puedo vivir sin él. Tu me asesinas, tu me... La voz se perdió en mi garganta y, fuera de mí, permanecí delante de ella sin decir palabra y como atontada. Juana me creyó impotente y aniquilada y cobrando ánimos me dijo con risa insultante: ¡Bah! No le amas tanto puesto que le olvidas muy bien conmigo...
Mil veces, de seguro, habrá tenido usted en su vida intenciones asesinas. Lo que ocurre es que no quiere usted complacerme. Es usted un Tartufo. ¡Caballero! Un Tartufo, sí, señor. ¡Ah! ¡Si alguien pudiera sugerirme la idea de asesinarle a usted!... ¡Cómo me vengaría yo entonces de su hipocresía!
Palabra del Dia
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