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Como de costumbre, jugaba al tute con la madre; como de costumbre, hablaba con Juanita en conversación general, y Juanita hablaba igualmente y le oía muy atenta manifestándose finísima amiga suya y hasta su admiradora; pero, como de costumbre también, tas miradas ardientes y los mal reprimidos suspiros de don Paco pasaban sin ser notados y eran machacaren hierro frío, o hacían un efecto muy contrario al que don Paco deseaba, poniendo a Juanita seria y de mal humor, turbando su franca alegría y refrenando sus expansiones amistosas.

El Magistral olvidado de las estrellas dejó el Espolón y subió a buen paso por la calle principal de la Colonia, en pos de los coches de Vegallana. Si no fuera por vergüenza hubiera echado a correr por la cuesta arriba. «¿Para qué? Para nada. Por desahogar el mal humor, por emplear en algo aquella fuerza que sentía en sus músculos, en su alma ociosa, molesta como un hormigueo...».

Se comprende el mal humor que habitualmente dominaba al capitán del Batea, acostumbrado á recorrer la grandiosidad de los inmensos desiertos del Océano.

Velázquez bajó la escalera con un nuevo desengaño en el corazón. ¿Cómo? La niña, después de lo que había pasado y en situación tan angustiosa, ¿tenía humor para irse al baile?

Dios se vuelve entonces como extraño, no se oye ya su voz en el fondo de la conciencia, no se sabe lo que nos manda ni lo que nos prohíbe y, en ese silencio de la voz interior, se flota al azar del humor y de las circunstancias.

La mesa estaba servida en el parador de las diligencias, y hacia los honores una hostelera de mal humor, término medio entre doña Dulcinea y Maritornes, que nos abrumó con gallinas y perdices compuestas de todos los modos imaginables, y los consabidos garbanzos cocidos, tan sólidos como piedras de macadamizar.

Alimentada con néctares florales, su humor es bondadoso y tolerante, como el de los filósofos que han llegado á penetrar el secreto de los seres y las cosas. Además, ¡es tan numerosa la muchedumbre de los enanos egoístas y rapaces!

Porque ella estaba triste, no era motivo para que él cambiase su manera de vestir. Luego, examinándose con sinceridad, descubrió que era otra la causa de su mal humor así como de las distracciones que había tenido durante la visita de Martholl.

Era el cuchillo que le había regalado Jaime el día antes. Como estaba de buen humor, había hecho arrodillarse al Capellanet. Luego, con burlona gravedad, le había golpeado con el arma, proclamándolo caballero invencible del cuartón de San José, de toda la isla y de los freos y peñones adyacentes.

Isleta de las ollas denominaba el mismo Salazar á este factor de la comida, que no poca materia dió también al buen humor del Obispo de Mondoñedo.