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Pasó tanta agua del puchero del agua caliente al puchero de la verdura, que esta quedó encharcada. Los garbanzos se quemaron, y cuando fueron a comerlos amargaban como demonios. La sopa no había cristiano que la pasara de tanta sal como le echó aquella condenada.

Picando con el tenedor en el plato, para coger los garbanzos uno a uno, la señora de Jáuregui se decía lo siguiente: «Te veo venir... buena pieza. Ya yo las brisas que quieres. Después de zarandearte aquí, quieres zarandearte allá, porque se te va el amigo... , lo por Casta. Los señores de la Plazuela de Pontejos se marchan mañana.

En lo que a la nutrición se refería acaso lo siguiera más decididamente si doña Mónica al cabo de sus años hubiera adquirido la costumbre de poner los garbanzos más blandos.

Yo me acuerdo, y me paice que fué ayer cuando le contaba los garbanzos á la cuitada de Silvia y todo lo tenía usted bajo llave, y la pobre estaba descomida, trashijada y ladrando de hambre.

Existía en Lima, hasta hace cincuenta años, una asociación de mujeres todas garabateadas de arrugas y más pilongas que piojo de pobre, cuyo oficio era gimotear y echar lagrimones como garbanzos. ¡Vaya una profesión perra y barrabasada! Lo particular es que toda socia era vieja como el pecado, fea como un chisme y con pespuntes de bruja y rufiana.

Esta fornida guisandera, un tanto bigotuda, alta de pecho y de ademán brioso, había vuelto la casa de arriba abajo en pocas horas, barriéndola desde la víspera a grandes y furibundos escobazos, retirando al desván los trastos viejos, empezando a poner en marcha el formidable ejército de guisos, echando a remojo los lacones y garbanzos, y revistando, con rápida ojeada de general en jefe, la hidrópica despensa, atestada de dádivas de feligreses; cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas.

Y sin réditos... Luego , en cuanto hiciste las paces con el del almacén de vinos, me pagaste... Duro sobre duro. Pues bien: ahora soy yo la que se ha caído: necesito doscientos reales, y me los vas a dar. ¿Cuándo? Ahora mismo. ¡Mecachis... San Dios! ¡Como no se me vuelva dinero la chimenea de los garbanzos! ¿No los tienes? ¿Ni tu Comadreja tampoco?

Otras veces, amigos, había que recurrir a la fuerza. Renunciar a una victoria que se consigue con los puños y sudando gotas como garbanzos, entre arañazos y coces, es ser un platónico del amor, un cursi; el verdadero don Juan del siglo, y de todos los siglos tal vez, vence como puede; es romántico, caballeresco, pundonoroso cuando conviene; grosero, violento, descarado, torpe si hace falta.

Pieldras de diversas clases, mochas, mochas, que pronto formaron montones que no cabrían en ninguna casa: rubiles como garbanzos, perlas del tamaño de huevos de paloma, tudas, tudas grandes, diamanta fina en tal cantidad, que había para llenar de ellos sacos mochas, y con los sacos un carro de mudanzas; esmeraldas como nueces y trompacios como poño mío...

Baste decir que á Salomé se le olvidó pasarle los garbanzos á Lázaro, y que este, por no dar lugar á un nuevo conflicto, ni los pidió ni los tomó. Tampoco en la ración del realista estuvo muy pródiga doña Paz, pues se le olvidó ponerle carne, en lo cual aquel grande hombre, que sólo vivía de espíritu, no hizo alto.