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La vieja, como viuda de comerciante de provincia, a quien había ayudado a labrar su capital, era más amante aún del orden y la economía, mejor dicho, era todavía más tacaña que él. Por esto no había podido vivir jamás con su hijo: su excesivo gasto, y sobre todo el despilfarro, los caprichos escandalosos de Clementina, la irritaban, la amargaban todos los instantes de la existencia.

Su animalidad gallarda e impulsiva hace aún más dolorosa la miseria. La riqueza era más visible allí que en otras partes. Los cultivadores del vino, los dueños de bodegas, los exportadores, con sus fortunas extraordinarias y sus despilfarros ostentosos, amargaban la pobreza de los desgraciados.

Mucho le amargaban y atormentaban las injuriosas frases, justas con él e injustas con la marquesa, con que la Caramba le arrojó de su casa; pero más le compungió y más honda herida hizo en su corazón lastimado, un escrito que le dirigió la Caramba, arrepentida de las injurias.

Cierta noche tuvo éxito prodigioso un muchachuelo al manifestar que Clementina, según datos irrecusables, gastaba pantalones de franela a raíz de la carne. Algunos de estos dichos llegaban a oídos de la interesada y la hacían empalidecer de ira, amargaban extremadamente su agitada existencia. El pleito era ya para ella una lucha personal con la Amparo.

Tal canonjía realizaba las aspiraciones de toda su vida, y no cambiara Thiers aquel su puesto tan alto, seguro y respetuoso por la silla del Primado de las Españas. Amargaban su contento las voces que corrían en aquel condenado año 68 sobre si habría o no trastornos horrorosos, y el temor de que la llamada revolución estallara al fin con estruendo.

Pasó tanta agua del puchero del agua caliente al puchero de la verdura, que esta quedó encharcada. Los garbanzos se quemaron, y cuando fueron a comerlos amargaban como demonios. La sopa no había cristiano que la pasara de tanta sal como le echó aquella condenada.