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No soy responsable de las necedades de todos los viejos locos que pierden la cabeza por . ¿Ni de los millones que pierden en su casa? De acuerdo. ¿Pero de buena fe me cree usted una mujer interesada, llave de los corazones? ¡Caramba! ¿Cuánto quiere usted por volverse a París y permanecer tranquila allí? Nada. Le pagaremos el pasaje, aunque cueste un millón. Es que somos dos; he traído a le Tas.

Por fin... ¿qué? preguntole la otra con cara de pascua, al ver lo indefinible de la de su amiga. Que se decidió... eso. Y ¿cuál es eso? ¡Jesús, y qué torpe estás hoy de entendederas! ¿Qué ha de ser eso más que... lo de Gonzalo? ¡Lo de Gonzalo! Y ¿qué le pasa a Gonzalo, hija mía? ¡Caramba con la chica ésta!... Que me caso con él. ¿Lo entiendes ahora?

Pero, hombre, cualquiera que le oyera a usted pensaría que Nieves había puesto sus ojos en algún foragido... ¡Caramba! dele usted a Leto el caudal del mejicano, y a ver si hay mejor acomodo que él para una chica soltera, en todo el orbe conocido... ¡Y como usted es pobre, gracias a Dios!... No es eso, señor don Claudio, precisamente... Mire usted: por de pronto, es una niña todavía...

Soy un hombre muy especial. ¡Caramba, si no fuera su hermanita, algo mejor andaría yo de ella! En dibujo estoy bastante bien... ¡claro, como que mi padre me ha hecho dibujar desde los diez años! En topografía tampoco ando mal. Al único que tengo miedo, es al tío del álgebra... ¡Es un tío más marrajo y más seco!

Cotarelo, como historiador severísimo y veraz, tiene que dejarnos a media miel, sin decir como cierto lo que no está evidentemente demostrado, aunque se presuma y haya acerca de ello rastros e indicios. Siguiéndolos, voy a permitirme yo poner aquí algo muy importante de la vida de La Caramba, que el Sr.

La de curarte y, sobre todo, ¡caramba! ya basta de explicaciones: ¿vas o no? A esto he venido... por última vez... Bueno, ¡iré! ¡Bravo!... ¡Venga un abrazo!... ¡Ya ha empezado tu mejoría! Mi mejoría... eres muy bueno, Melchor.

El duque pasó, como solía cuando por casualidad iba por allí, sin dignarse arrojarles una mirada, y se fué derecho al pequeño departamento donde Calderón solía estar. Mucho antes de llegar a él comenzó a decir en voz alta: ¡Caramba, Julián! ¿cuándo saldrás de esta cueva? Esto no es una casa de banca; es una cuadra.

Cuando se libró de los lazos que el duque de Campoverde y otros amigos le tendieron, valiéndose de María Antonia Fernández, alias la Caramba, hizo lo que hizo por su delicadeza de sentimientos y por repugnancia a toda sensual grosería, sin pensar en la buena fama que ganaba.

Es una insolencia ¡caramba! tanto para mi como para ese pobre mozo, que es tímido y a quien desconciertas por completo. El señor de Le Maltour no es una persona a quien se pueda tratar como a un títere, sobrina. Nadie te obliga a casarte con él, pero quiero que le trates con amabilidad. Bien sabe Dios si tienes buena lengua cuando quieres.

¡Caramba! gritó aquí Peñascales, acordándose hasta de su hija . En este caso añadió , ¿estará usted con licencia? No, señor: jubilado. ¡Y tan joven! Señor de los Peñascales, la política no reconoce edades ni servicios. Verdad es. Sobre todo, cuando los funcionarios tenemos carácter y dignidad. También es cierto. Pero ¿no piensa usted volver a ejercer?...