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Actualizado: 24 de junio de 2025
Si oye unas campanadas se acuerda de la muerte; si ve una carta de luto se sobresalta un poco; si dicen en su presencia: «¡Caramba!, yo creía que se había usted muerto», entonces se pone pálida y cierra los ojos... Por eso lo mejor que ha hecho es no salir de casa para no ver a nadie ni oír nada; sólo sale de tarde en tarde a alguna novena.
¡Que usted no estaba aquí y ahora está! ¡Me había alarmado, caramba! Celebrando la ocurrencia de Baldomero se repitió la presentación de los huéspedes y el grupo se dirigió hacia el gran break de la estancia que se encontraba al otro extremo del andén. Al recorrer éste, Melchor fue objeto de las más afectuosas demostraciones: ¡Don Melchor! ¡cuánto gusto!... ¡Don Melchor!... ¡qué alegría!...
Quien tiene ideas como las que usted tiene, ¡caramba!, y sabe sentir y pensar con esa alteza de miras... eso es, con esa espiritualidad de la... pues... de... claro... ¿Y cree usted que ella me podría dar explicaciones claras, pero muy claras, de todo lo que ha hecho después que se separó de mí?
Aunque hubiera sido usted el hijo de un Durand o de un Dupont cualquiera, le habríamos aceptado. Pero no puedo dar mi hija única al hijo no reconocido de un desconocido. Lo lamento, porque me agradaba usted. ¡Caramba...! ¿No podría usted dar por ahí con un padre legítimo?
¿Y, por ventura, se la roban a usted de casa para llevársela por esos mundos afuera... a Méjico, verbigracia, donde no la vuelva a ver en muchos años... o nunca quizá? Si hasta por ese lado sale usted ganando en la nueva jugada; pues lejos de quedarse sin la única hija que tiene, adquiere otro hijo más, que le acompañe y le quiera y le venere... ¡Ah, caramba, si yo me viera en pellejo de usted!
Regular, señor; como todo caballo viejo. ¡Caramba con tus investigaciones! dijo Melchor, agregando: ¡ni que fueras a comprarlo! Me lo estoy haciendo presentar, ¡ché! nada más natural. Bueno, andando, que se nos va a pasar la tarde.
No, señor, no pienso renovarlos. ¡Caramba, cuánto me alegro! Puedo decirlo sin pecado añadió sin hacer caso de mi exclamación, porque es mi propósito firme desde hace tiempo, y así se lo he comunicado al confesor. ¿Quiere usted saber más, fisgón, chinchosillo? Sí, señora repliqué riendo; quiero saber por qué, no teniendo vocación... Digo, me parece que no la ofendo a usted.
En la cara de la Pimentosa parecían fluctuar batallando la cólera y el respeto, y con turbada lengua se disculpó así: Bueno, ya lo sé.... ¡Caramba, qué trompeta de Padre!.. No soy sorda.... Yo bien sé que Su Reverencia habla con razón. Pero yo me voy a separar de Tablas, yo reniego de Tablas, que es un holgazán, que me está comiendo lo que gano y lo que heredé de mi difunto.
De pronto, su errante mirada cayó sobre la pálida fisonomía de Carlos Tomás, y con un destello de infantil inteligencia y una débil risa de falsete, echose hacia adelante, agarrose a la mesa, hizo caer los vasos, y, finalmente, se dejó caer sobre el pecho del joven. ¡Carlos! ¡Caramba de truhán! ¿qué tal?
En una de las vueltas, la impaciencia fué mayor; se paró, y enfadado hasta donde se puede enfadar el buen Padre, exclamó: ¡Caramba con D. Luís, que se empeña en no encender el faro!
Palabra del Dia
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