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Actualizado: 24 de junio de 2025
Más abajito... más arribita... ahí... fuerte... ¡Ay, niña de mi vida, eres la gloria eterna!... ¡Qué dicha la mía en poseerte!... «Cuando estás malo es cuando me dices esas cosas... Ya me las pagarás todas juntas». Sí, soy un pillo... Pégame. Toma, toma. Cómeme... Sí, que te como, y te arranco un bocado... ¡Ay! ¡ay!, no tanto, caramba. ¡Si alguien nos viera!...
En cuanto note algo, se le ha de ocurrir sin que yo se lo sople al oído, pues no soy quién para aconsejar a mi padre. ¡Caramba! Lo dices de un modo..., ¡como si fuese cuestión de vida o muerte! Pues así. Marchóse con estas despachaderas el marqués, y a la hora de la cena estuvo taciturno y metido en sí, haciendo caso omiso de las zalamerías de Rita.
VERÓNICA. Escucha, todos se han ido ya; me da vergüenza estar aquí sola. ¡Vamos! PABLO EMILIO. No sois vos. VERÓNICA. ¿No te digo que sí soy yo? ¡Caramba! Mi marido repite desde hace treinta años que no soy yo. ¡Y ahora éste también! ¡Dame la mano! Un cuadro extremadamente triste, que dé idea de la situación trágica de los maridos despojados.
Además, la duquesa es una mujer sublime y hace cosas de las que ni tú ni yo seríamos capaces. ¿Tomarías tú caldo durante todo un año y en todas las comidas? ¡Caramba! ¡No me parece eso muy divertido! ¡Pues bien! la duquesa pone el puchero a la lumbre cada dos días, porque a su marido no le gusta la sopa de vigilia.
¡Pues me gusta la ocurrencia, caramba! exclamé yo un tanto picado por aquel modo de acorralarme, que se parecía mucho a una broma algo pesada . ¿Qué se entiende aquí por ayudar a un hombre que perece en el fondo de un precipicio? Perdone usted replicó el médico ; pero o yo no estoy en mis cabales, o el caso que me cita por ejemplo, no es aplicable enteramente al caso particular de usted.
¡Caramba, chico! ¡Pues no es Amaury! exclamó uno de ellos con estentórea voz, hija de su despreocupación del momento. ¿De dónde sales, di? ¿Y adónde vas ahora? ¿Dónde te has metido en estos dos meses, que no te has dejado ver en ninguna parte? ¡Poco a poco! dijo otro interrumpiendo al primero. Todas esas preguntas están muy en su punto; pero vayamos por partes.
Vamos, sobrina, ¡caramba! al fin y al cabo no estáis enferma de reumatismo. Y mi tío, me contaba la historia del monte y el incidente de Montgomery, mientras subíamos por aquellos peldaños hollados por tantas generaciones. ¿Pero qué se me daba a mi de Montgomery, de los bastiones, de la maravillosa abadía, de las inmensas salas, ni del mundo de recuerdos que duerme allí desde hace siglos?
Era este un hombre bajito, entre rubio y canoso, con la nariz arqueada, el bigote blanco y los anteojos de oro. Ospitalech era dependiente del señor Levi-Alvarez y contó a su principal cómo Martín se brindaba a realizar la expedición difícil de entrar en el campo carlista para volver con las letras firmadas. ¿Cuánto quiere usted por eso? preguntó Levi-Alvarez. El veinte por ciento. ¡Caramba!
Tardaron algún tiempo en buscar sitio, porque las ortigas y zarzales impedían marchar y romper convenientemente a los combatientes. Hola, don Pedro; frío, ¿eh? ¡Caramba qué mañana!... ¡Mire usted que levantarse un hombre de la cama para esto! ¡Válgate Dios! Pero dicen que es un favor que no se puede negar.
ERNESTO. ¡Caramba...! ¡No está mal...! ¿Y de qué Círculo era usted? EL SE
Palabra del Dia
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