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Actualizado: 24 de junio de 2025


¡Caramba!, pues el vivir con el marido y el gozar con el amante... Me parece que cosa más corriente... Después de estas palabras, fue Verónica quien se quedó un brevísimo rato algo suspensa; en seguida, sin dejar de mirar con marcada fijeza a su amiga, la dijo: ¿Y qué piensa Gonzalo de esa teoría tuya?... Porque supongo que se lo habrás dado a conocer...

En cuanto al marqués, solo el padre Atanasio, su confesor, supo lo que padecía, recordando su fea, aunque momentánea falta, y pensando, ya en el misterioso afecto que la Caramba le había inspirado, ya en la singular pasión que tuvo por él aquella mujer, pasión que fue tomando diversas formas y condiciones, que sin duda no extinguió el desengaño ni la penitencia, y que no se desprendió del ser de ella hasta que se desprendió de ella el alma al exhalar el postrer suspiro.

¡Caramba! señorita respondiome Petrilla, parándose de nuevo sobre sus piernas, si son buenos mozos, creo que se ven cosas algo más desagradables. Este modo de examinar la cuestión, me dio que pensar. No hablo de lo físico proseguí yo, alzando los hombros, sino de lo moral. Yo los encuentro muy simpáticos, por cierto respondió Petrilla, brillándole los ojos.

Se pone su capa y se da unos pocos polvos en la nariz y en las mejillas, en tanto que el querido maestro restablece la buena disposición de su peinado. Breve silencio. Jessy se toca nuevamente con su sombrero; luego, algo turbada, registra en su bolso y saca dos billetes de cien francos, que alarga a su profesor. JESSY. ¡Caramba...! ¡Es el precio del abono... para la lección...!

Pero, hombre, ¡si eso salta a la vista!... ¡Miren ustedes qué boca! ¡miren, por Dios, qué caída de ojos!... ¡miren qué nacimiento de pelo! Y quiso de nuevo tocarle la cara; pero Manuel Antonio lo rechazó con ímpetu dándole un fuerte empujón. ¡Caramba, qué severo está hoy Manuel Antonio! dijo el conde de Onís. No importa repuso Paco Gómez dejando escapar un suspiro. Manos blancas no ofenden.

¡Pues claro está que lo es! exclamó Currita de repente, echando con mucha cólera todas las migas en la pecera . ¡Chisme, chisme, y de malísima intención, María!... ¿Si lo sabré yo, caramba?... Sino que de todas las cosas no se ha de dar un cuarto al pregonero... eres mi amiga y te lo digo en secreto: Jacobo ha ido a negocios del partido y estará de vuelta muy pronto... ¡Ya ves cómo se escribe la historia!...

¿Cómo te llamas? dijo Lady Clara fríamente, quitando de sus vestidos las pequeñas y no muy limpias manos de la niña. Tarolina. ¿Tarolina? ... Tarolina. ¿Carolina? ... Tarolina. ¿De quién eres? preguntó aún más fríamente para ahogar un incipiente temor. ¡Caramba! soy tu niña dijo la criatura sonriendo.

Pero su novia se crispaba, se ponía pálida de ira y solía responder por él: ¡Caramba, que tiene usted gracia, Timoteo! Es usted espontáneo como pocos. D.ª Carolina no se ofendía menos con la insistencia irracional que el violinista mostraba en enamorar a su hija.

Dice mi tía, que todos los hombres son unos bandidos, ¿qué piensa usted a este respecto, Juan? ¡Unos bandidos! repitió Juan, que agrandó los ojos como si percibiera un monstruo delante de . , pero es la opinión de mi tía, y quiero tener la de usted. ¡Caramba! , con todo, bien podría ser. Pero eso no es una opinión, Juan.

Puesto que no se puede tener hijos sin casarse y votáis al mismo tiempo por la propagación del género humano, se deduce de ahí que debéis aceptar el matrimonio para todo el mundo. ¡Caramba! prosiguió el señor de Pavol moviendo los labios con tal expresión de burla, que Blanca se enrojeció, ¡eso se llama argumentar! ¿Qué es; pues, según , el matrimonio, sobrina?

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