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Actualizado: 24 de julio de 2025
Hubiera puesto en sus tarjetas de visita el nombre de Villanera, que es el mío; me parece, ¡caramba!, que lo he ganado bien. ¿Y no quiere usted que ahora tome mi desquite? ¿Pero es que aun ama al señor de Villanera?
Acabo de saber, por la portera, que es V., en efecto, hermano «de esa chica,» y me pesa muchísimo de haber tenido con V. esa cuestión... ¿Qué cuestión? La que tuvimos, antes de entrar V... ¡Caramba, si yo lo hubiera sabido!... ¡Cómo había de atreverme! Por Dios, me dispense V. A Marte, al decir esto, se le había suavizado notablemente la expresión del semblante: la voz tampoco era tan profunda.
Contrariada y afligida Juana, tenía que confesar que D. Jacinto no había parecido por aquella casa; no había enviado, al menos a un criado, a informarse de cómo estaba la enferma. Por último, La Caramba supo una novedad imprevista.
¡Ah! ¿Y si no fuera mentira? Pero espérate, ¡caramba! ¡déjame hablar! ¿De qué?... ¡De otra Clota más constante! dijo Melchor riendo, y agregó: el mundo está lleno de Clotas, ché Ricardo; convéncete. Eso lo dices ahora.
¡Yaaaá lo creo! ¡Toma, toma! ¡Pues si es una joyita, hombre! ¡Caramba con usted y cómo lo gasta! ¿No se lo decía yo a usted, eh? Debo advertir que por ahora no hay nada. No se eche usted a maliciar ya. Principio quieren las cosas, hombre. Hablaban así al atravesar una calle principal, cuando de pronto les llamó la atención el corro de gente parada a la puerta de una sociedad de recreo.
El venerable Butrón seguía desde su agujero toda aquella pantomima, y murmuraba nervioso y exaltado: ¡Bien por Currita!... ¡Es lista esa mona Jenny, caramba!... ¡Con que María Villasis haga lo mismo, triunfamos! El señor Pulido, profeta siempre de desdichas, se permitió dudarlo; su olfato finísimo había adivinado un escollo en que el respetable Butrón no paraba mientes.
Lanzó un poderoso suspiro como si el contacto de aquella vida extraordinaria le hubiera llenado súbitamente de aspiraciones desmesuradas y me dijo, sin contestarme: ¿Y tú? Luego, sin esperar mi contestación, continuó: ¡Ah, caramba! Tú miras atrás; no estás en París más que estaba yo en Ormessón. Tu suerte es añorar siempre y no desear nunca. Sería cosa de adoptar tu sistema.
Sonó la campanilla, dio el mozo la voz a los viajeros, se oyó el estrépito de las portezuelas al cerrarse, y nuestro catalán no parecía. D. Nemesio experimentó viva inquietud. ¡Caramba, cómo se descuida el señor de Puig! Pasó un momento: todos los viajeros estaban ya en sus coches. ¡Caramba, caramba, ese hombre va a perder el tren!
Es hermana de un amigo mío... Pero hace ya tiempo que le veo bailar con otra muy salada que se llama Valentina, ¿verdad? Es una chica muy graciosa... ¡Caramba qué buen ojo tiene usted, señorito!... A esta Valentina la conozco un poquito... Hemos sido algo amigos en otro tiempo... ¿No le ha hablado alguna vez de mí... de un tal Cosme?
¿Qué es? ¿hablarás, perro? Capitán... está en la cala... Ya lo sé. ¿Por qué no ha subido, bribón? ¡Ah! ¡caramba! capitán... es que está muerta... ¡Muerta! ¡muerta! dijo Kernok palideciendo; y por la primera vez su rostro expresó el dolor y la angustia.
Palabra del Dia
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