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Me tendió la mano diciéndome: »Vete, amigo mío, déjame sola. »Y me alejé, pues quería complacerla en todo; ni siquiera la tomé en mis brazos. »Un cuarto de hora después, la vi cruzar el patio. Yo la acechaba desde mi ventana, pero ella no volvió la cabeza. »Al día siguiente por la mañana... sabes, querido tío, cómo la encontré; y en aquel instante se descargó sobre un rayo.

¡Ah! vida infame murmuró con un quejido de dolor, ¡cuánto me cuestas! ¡déjame, no quiero nada de ti, te desprecio! la mano me ha temblado, ¡qué cobarde soy!

16 Entonces dijo Samuel a Saúl: Déjame declararte lo que el SE

Lucía, Lucía, hermosa Lucía, déjame contemplarte un instante de cerca... Y saltó sobre el estribo de la victoria en que iba la dama y se sentó a sus pies. He aguardado más de una hora para verte pasar y poder ofrecerte mi caja de dulces... toma.

¿Ana, adónde vas? ¿Qué tienes, Ana? ¿Salir del cuarto a estas horas? ¡Ana! ¡Ana! Déjame, niña, déjame. Hoy, yo tengo fuerzas. Llévame hasta la mitad del corredor. ¿Del corredor? : voy al cuarto de Lucía. Pues bueno, yo te llevo. No, mi niña, no se sentó un momento, con Sol a sus pies, le abrazó la cabeza, y la besó en la frente. Nada le dijo, porque nada debía decirle.

Esos tres son tuyos. , , no me digas que no. Mira, trajes: uno, dos, tres. Este es el más bonito para ti. ¿Oyes? Yo quiero mucho a Pedro Real. Yo quiero que quieras a Pedro Real. Que te vea muy bonita. Que te vean siempre más bonita que yo. Pero óyeme, a Juan no me lo quieras. déjame a Juan para sola. Enójalo. Trátalo mal.

Piénsalo bien dijo luego Cristeta mirándole con severidad no exenta de cariño . Te agradezco mucho todas tus finezas; pero..., no puedo adivinar qué fin va a tener esto. Conozco que te quiero, y éste es un mal... ¡sabe Dios! Ahora estamos a tiempo... Si te has de portar mal conmigo... déjame. Por lo menos, el recuerdo que conserve de ti no tendrá nada de rencor. ¡Tonta mía! ¡Qué cavilosa eres!

¡..., quiero!... ¡Angelito!... Le daré un beso..., ¿verdad?... ¿Me dejas?... ¡Será el último, María!... ¡Le besaré el zapatito..., nada más que el zapatito!... ¡Anda, por Dios te lo pido, déjame!... Si no le dará asco...

No, mujer, no díjola don Santiago en santa calma ; pero a un solo fin se puede ir por diversos caminos... Déjame por donde voy ahora, que yo que no voy mal y que he de llegar antes y mejor que por donde quieres que vaya.

No... no gemía ella pugnando por cerrar, sin que la puerta obedeciese a la presión de sus manos y rodillas. Ojeda insistió. «Déjame que entre...» Nada intentaría contra su voluntad.