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Ayer cuando me autorizó a esperar, la tomé una vez más la mano, y se la besé con avidez. Ella se estremeció, pero no la retiró. Yo conocí que ya era mía, que me habría sido fácil coger otro beso en la flor de sus labios. ¿Y al día siguiente, pocas horas después, se habría de dar la muerte?

Besó a Lita en los cabellos, escuchó estupefacta su petición, y le observó: ¡Pero si no sabes tejer, mi tesoro! Mimosa y llorosa, contestó la niña: No importa, mamá. me enseñarás.

Quedábase estática y lela delante de la señorita, devorándola con sus ojos, y si esta le cogía la cara o le daba un beso, la pobre niña temblaba de emoción y parecía que le entraba fiebre. Su manera de expresar lo que sentía era dar de cabezadas contra el cuerpo de su ídolo, metiendo la cabeza entre los pliegues del mantón y apretando como si quisiera abrir con ella un hueco.

Ríete, lucero, que cuando te ríes me alumbra el sol á la medianoche. Y si otra vez me pongo guasón, como hace poco, me dices: «Manolo, cierra el pico y déjame el alma quieta», ó si quieres, hija de mi alma, me das un lapo con esta mano rica que beso con tu permiso... y con el del dueño del establecimiento. Y estampó en ella, efectivamente, tres ó cuatro besos. Soledad la retiró riendo.

Sol quería llegar pronto, porque se había quedado triste doña Andrea. Y al llegar en esta conversación al colegio, Lucía besó a Sol con tanta frialdad, que la niña se detuvo un momento mirándola con ojos dolorosos, que no apearon el ceño de su amiga. Y de pronto, por muchos días, cesó Lucía de verla.

El espectáculo, apenas entrevisto, de la gran capital le dió aquella vez la impresión de una inmensa sonrisa fría y galante; tal vez la sonrisa de Fernando, diciéndole: Este beso para la niña de Luzmela....

Á Clara la llamó á Doña Blanca, le dió un beso en la frente, y le dijo al oído con acento apenas perceptible: Di á tu padre que le perdono. , hija mía, sigue los impulsos de tu corazón. Eres libre. honrada. No te cases si no le amas mucho. Mira no te engañes. Lo todo... Me lo ha dicho el padre Jacinto. Si le amas y merece tu amor, cásate con él.

AZUCENA. Me acuerdo de cuando achicharraron a tu abuela; iba cubierta de harapos; sus cabellos, negros como las alas del cuervo, ocultaban casi enteramente su cara; yo, tendida en el suelo, arañando frenética mi rostro, había apartado mis ojos de aquel espectáculo, que no podía suportar; pero mi madre me llamó, y yo corrí hasta los pies del cadalso... los verdugos me rechazaron con aspereza, no me dejaron darla siquiera un beso, y la metieron en el fuego... Todavía retiembla en mi oído el acento de aquel grito desesperado que le arrancó el dolor... Debe ser horrible, precisamente horrible ese suplicio; aquel grito desentonado expresaba todos los tormentos de su cuerpo, y los verdugos se reían de sus visajes, porque la llama había quemado sus cabellos, y sus facciones contraídas, convulsas, y sus ojos desencajados, daban a su rostro una expresión infernal...¡Y esto les hacía reír!

Doña Blanca, antes de las seis, apareció en la calle con Clarita y don Valentín. Iban á misa á la Iglesia Mayor. Apenas los vió salir D. Fadrique, se acercó muy determinado, y saludando cortésmente con sombrero en mano, dijo: Beso á V. los pies, mi señora Doña Blanca. Dichosos los ojos que logran ver á V. y á su familia. Buenos días, amigo D. Valentín. Clarita, buenos días.

Era, en efecto, el sobre de su carta, pero el sobre solo, abierto y medio desgarrado. En uno de sus ángulos estaba escrita con lápiz esta única palabra: «MañanaHubo una pausa. ¿No te ha dicho nada ella? le preguntó Jacques a la niña. Nada. ¿Te ha dado un beso? No.