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Os espero esta tarde en el convento de Atocha dijo el padre Aliaga al bufón. Iré dijo el tío Manolillo. El padre Aliaga hincó una rodilla en tierra y besó la mano al rey. Después salió. ¡Es muy singular la historia que nos has contado, Manolillo! dijo el rey. Tan singular, que me ha hecho daño el contarla y me ahogo en la cámara; es demasiado fuerte ese brasero y hace aquí calor.

Y cuando don Juan la replicaba: ¿Y si la suerte nos hubiese separado? No os hubiera olvidado nunca; nunca hubiera dejado de sufrir al recordaros. Y don Juan asía la hermosa cabeza de su mujer entre sus dos manos, la besaba y exclamaba entre aquel beso: ¡Oh, bendita seas! No podía ser más feliz don Juan. Y esta felicidad le había hecho grave.

Estos hombres hablan siempre al oído: contraen la costumbre de suponerse espiados por las grandes cosas que creen decir; de resultas, si le encuentran a usted, le dirán al oído muy secretamente: «Buenos días; beso a usted la mano

Siguió el lápiz corriendo sobre el papel, pero siempre el alma iba más deprisa; los versos engendraban los versos, como un beso provoca ciento; de cada concepto amoroso y rítmico brotaban enjambres de ideas poéticas, que nacían vestidas con todos los colores y perfumes de aquel decir poético, sencillo, noble, apasionado.

¿Sólo para eso? repitió la de Ribert mirándome con atención. ¿Está usted segura de su imaginación y de su corazón, Magdalena?... No comprendo exclamé estupefacta. La de Ribert me besó con efusión por toda respuesta. Decididamente, cada vez comprendo menos... 1.º de enero 1904. El mes de enero ha hecho su aparición esta mañana. La abuela está desolada.

Escuchando estas palabras, al loco marqués se le arrasaron los ojos de lágrimas. Tomó la mano de su ex querida y la besó con la misma devoción y ternura que una reliquia. León se levantó de prisa porque no podía tener la risa en el cuerpo. Las mujeres, siempre compasivas con los extravíos de la pasión por ridículos que sean, le contemplaron con curiosidad y lástima. Sólo Rafael permaneció grave.

Pero dadme, señora, la mano, que yo no quiero otra seguridad mayor que la de mi continencia y recato, y la que ofrecen esas reverendísimas tocas. Y, diciendo esto, besó su derecha mano, y le asió de la suya, que ella le dio con las mesmas ceremonias.

¡Qué bajo eres, Pepe! exclamaba ella riendo. No importa que me llames lo que quieras. Soy tuyo, ¡tuyo hasta la muerte! Te quiero más que a Dios. Quiero a estos piececitos tan ricos y los beso. ¿Lo ves? A ver; que venga alguien a decirme que no debo hacerlo. Clementina le miraba risueña.

El primero y el último que me has de dar en tu vida... Espera un poco añadió alzándose otra vez. Por este beso yo te he de dar cincuenta bofetadas en esos carrillos azules... ¿Admites el trato? Granate consintió inmediatamente. La niña volvió a sentarse sobre sus rodillas e inclinó la cabeza para recibir el beso. ¡Bueno, ahora llega mi turno! exclamó con infantil alegría.

V. Ex.^a me haze en lo de M.^r Julio César beso mill vezes las manos, pluguiera a Dios hubiera llegado, q. me he hallado solo, y agora en la conualescencia mucho mas. Si V. Ex.^a no huuiese de venir tan presto, como lo temo, y conueniendo a la salud de V. Excelencia no dejar essos ayres, lo tomaré en paciencia, que no será poco forzar mi consuelo a ello.