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¿Es posible que se muera una persona sin causa conocida, casi sin enfermedad?... ¿Señor Golfín, qué es esto? ¿Lo yo acaso? ¿No es usted médico? De los ojos, no de las pasiones. ¡De las pasiones! exclamó hablando con la moribunda . Y a ti, pobre criatura, ¿qué pasiones te matan? Pregúntelo usted a su futuro esposo. Florentina se quedó absorta, estupefacta.

Y separando nuevamente los brazos que le aprisionaban y sonriendo sarcásticamente, retrocedió algunos pasos y se fue. Clotilde le miró estupefacta: después cayó desmayada en el diván.

»Me quedé estupefacta al verla así, y ella permaneció un instante sin acertar a pronunciar una sílaba y mirándome con la agonía en los ojos. »De pronto díjome con voz muy desconcertada, pero con gran energía: » Ya por qué no ha vuelto desde entonces... » Y ¿qué es lo que sabes, hija mía? preguntela con el alma suspensa. » ¡Todo..., todo!

No pude contener un estremecimiento y mi padre lo notó. ¿Lo sabías? No... Estoy estupefacta... ¿Qué dicen? Nada preciso... Dan a entender que ha amado a otro y que le ha dado algo más que esperanzas. Yo creía dije con toda la calma que me permitía mi emoción, que no se debía dar ninguna importancia a los anónimos.

La niña levantó la cabeza estupefacta; pero al ver la sonrisa maligna que brillaba en los ojos de la doncella, bajola de nuevo y se puso a comer sin protesta alguna. Concha no quedó satisfecha; deseaba que se rebelase; verla llorar.

Ana saludaba a diestro y siniestro, hablaba con muchos amigos, pero no pensaba más que en aquella confesión de don Álvaro. «De que era verosímil respondía el efecto que su presencia, la de Ana, había producido aquella noche en el Casino.... Ahora, ahora mismo, mientras se paseaba, llegaba a sus oídos el rumor dulce, más dulce que todos los rumores, de la alabanza contenida, de la admiración estupefacta... de la galantería sincera y discreta.... ¿Por qué don Álvaro no había de estar tan enamorado como la historia de Visita daba a entender?».

¿Pero será cierto que se gustan? preguntó la joven artesana, oyendo a su compañera expresarse tan claramente. ¡Chica, yo no ! Lo que te puedo decir es que D. Narciso no sale de su casa, y que muchos días desde la ventana de mi cuarto los veo correr uno tras de otro por el jardín de Montesinos jugando al escondite... Tanto, que se lo he dicho. ¡Se lo has dicho! exclamó la otra, estupefacta.

¿Sólo para eso? repitió la de Ribert mirándome con atención. ¿Está usted segura de su imaginación y de su corazón, Magdalena?... No comprendo exclamé estupefacta. La de Ribert me besó con efusión por toda respuesta. Decididamente, cada vez comprendo menos... 1.º de enero 1904. El mes de enero ha hecho su aparición esta mañana. La abuela está desolada.

¡Cuánto dinero debéis gastar en comer! exclamó mi tía que tenía la habilidad de ver el lado mercantil de las cosas y de decir lo que no debía decirse. Veintitrés mil trescientos setenta y siete francos, señora respondió con toda seriedad mi nuevo primo. ¡No es posible! murmuró mi tía, estupefacta. Parece que sois completamente feliz le dijo el cura restregándose las manos.

Quedóse esta estupefacta al recibir aquella extraña respuesta, y se encogió de hombros murmurando: Será alguna vieja rara... ¡Vaya usted a ver: una cosa hecha con tanta delicadeza! Y quedóse luego muy pensativa, porque no sabía qué hacerse con aquellos 15.000 duros que había pretendido regalar a su legítima dueña.