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El Cacho ponía de su parte su nerviosidad, su furia, su violencia en echar la pelota baja y arrinconada; Zalacaín se fiaba en su serenidad, en su buena vista y en la fuerza de su brazo, que le permitía coger la pelota y lanzarla a lo lejos. La montaña iba a pelear contra la llanura.

Consentía de mala gana en las salidas al caer la tarde, que él aprovechaba para convertir en harén el sotabanco de Carola; pero de noche no le permitía poner el pie en la calle.

Todos los compañeros, influidos por esa adulación instintiva en los cobardes, celebraban alborozados las bromas que Tono se permitía con él.

La corriente indiánica, que los japoneses llamaban «el río negro» á causa de su color, circulaba entre las islas, manteniendo más tiempo que la otra sus potencias prodigiosas de creación y agitación, lo que le permitía trazar sobre el planeta una enorme cola de vida. Su centro era el apogeo de la energía terrestre en creaciones vegetales y animales, en monstruos y pescados.

Cabalmente tiene usted delante al mejor amigo del regente de la Audiencia. Al oír esto, don Zambombo abrió los ojos cuanto se lo permitía la carne de los párpados, y clavó la mirada en don Simón. Este se quedó como quien ve visiones. Y no era extraño. Pero, don Celso dijo sin poderse contener , ¿cómo es eso?...

Quería doblarlas para dar una suma importante á Lea, pagar mis deudas y realizar el proyecto que había formado de marcharme al extranjero. El momento que pasó entre la satisfacción de verme con una suma que me permitía liquidar mi situación, y la resolución que formé de jugar ese dinero para duplicarle, fué el más importante de mi vida.

Detrás de todo esto iban el cura y el barbero sobre sus poderosas mulas, cubiertos los rostros, como se ha dicho, con grave y reposado continente, no caminando más de lo que permitía el paso tardo de los bueyes.

Como el estanciero le seguía apuntando con el revólver y la expresión de su rostro no permitía duda sobre la posibilidad del cumplimiento de sus amenazas, el gaucho no osó echar mano á sus armas. Estaba seguro de recibir un balazo apenas intentase un movimiento agresivo. Después de mirarle con ojos rencorosos, se limitó á decir: Volveremos á encontrarnos, patrón, y hablaremos más despacito.

Ahora parecía vacilar y retroceder ante la ejecución, aunque la felicidad de su hija fuera el premio de su audacia. Su cuarto estaba casi a obscuras; el crepúsculo de la noche no permitía distinguir los objetos, sino como formas grises... De pronto lanzó un grito extraño; su resolución era ya inquebrantable. Soy madre se dijo ; Dios me perdonará.

En ocasiones semejantes se le permitía al pueblo, y hasta se le animaba, á que se solazara y dejase sus diversos trabajos é industrias, á que en todo tiempo parecía se aplicaba con la misma rigidez y severidad que á sus austeras prácticas religiosas.