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Había perdido para él su prestigio de mozo afortunado; ya no le inspiraba envidia: era un bobo, sin «viveza» para salir del paso; se «caía» manteniendo a aquella golfa por el insignificante motivo de haberla puesto en estado interesante. Toma tres pesetas: no puedo darte más; y te advierto que son las últimas. Tengo muchos gastos, y los tiempos están malos. Aún no he vendido el órgano.

Pero el capitan y los demas soldados despreciaron nuestro dictámen, y manteniendo el suyo, prosiguieron la marcha: y llegado á media legua de los Carcokies, ya se habian plantado á la falda de un monte, cerca de un bosque, para escapar si los venciésemos. Sirvióles de poco su prevencion, porque embestimos, y matamos cuantos pudimos, y cautivamos cerca de mil en esta batalla.

Inés me miró un rato casi como a un extraño, y apartando bruscamente mi mano y el cigarro, su voz se rompió: ¡Esteban! Qué torné a decirle. Esta vez bastaba. Dejó lentamente mi mano y se reclinó atrás en el sofá, manteniendo fijo en la lámpara su rostro lívido. Pero un momento después su cara caía de costado bajo el brazo crispado al respaldo. Pasó un rato aún.

Y en el momento en que Divès y Hullin miraban manteniendo el más profundo silencio, he aquí que aparece al pie del muro una enorme cabeza despeluznada, una frente dentro de un aro reluciente, una cara alargada y después una barba roja, puntiaguda, todo lo cual se recortaba, formando una extraña silueta, en el cielo blanco del invierno. Es el Rey de Bastos dijo Marcos riendo.

Vamos a ver dijo Bonifacio, que apenas oía, porque estaba manteniendo una lucha terrible con su conciencia. Figurémonos que usted es cazador... y va y pasa por una heredad mía; supongamos que soy yo el otro; bueno, pues usted ve dentro de mi heredad un ciervo, un jabalí... lo que usted quiera, una liebre.... Una liebre dijo Reyes maquinalmente. Va, y ¡pum!...

Era un domingo de fines de febrero. La esquila de la Catedral acababa de tocar tres campanadas. Los visitantes de costumbre iban llegando; unos en sillas, envueltos en capisayos aforrados de martas; otros a pie, embozados completamente en sus ferreruelos o en sus capas de lluvia, y manteniendo apenas una abertura por donde escapaba el aliento blanquecino.

Uno de sus temas era este: «Conviene que todo el mundo coma... porque el hambre y la pobretería son lo que más estorba la acción de los gobiernos, lo que da calor a las revoluciones, manteniendo a la nación en la intranquilidad y el desbarajuste». Este socialismo sin libertad, combinado con el absolutismo sin religión, formaba en la cabeza de aquel buen hombre un revoltijo de mil demonios.

Por lo tanto, continuaba manteniendo su trato familiar con el médico, recibiéndole diariamente en su estudio, ó visitándole en su laboratorio, y, por vía de recreo, prestando atención á los procedimientos por medio de los cuales se convertían las hierbas en drogas poderosas.

Apenas subió al trono dirigió sus armas contra el reino de Granada: guerra que fué todo el fundamento de su grandeza; pues divertidos los grandes de Castilla con las batallas no cuidáran de las novedades políticas, i de advertir la autoridad que el rei iba acrecentando cada dia á costa de ellos, manteniendo con los bienes del pueblo i de la iglesia los ejércitos que le iban dando tanto poderío.

A un lado y otro volvía los ojos con tierna inquietud, hasta que, dejando ir su diestra y linda mano debajo del pecho, y con la siniestra manteniendo la hermosura de su mejilla, fija la vista en la luna, que ya parecía entre los cielos, estuvo extática un breve instante, hasta que, dando un blando aliento, y casi sin abrir los labios, y como si esta armonía se le deslizara furtivamente por ellos, cantó esta cantinela, por aquel tono triste y penetrante de los cantares moriscos: CANTINELA