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Ya oigo la eterna cantinela del prejuicio que grita a mi oído: «Es la hija ilegítima de Santiago Evrard. ¡Gastón, ésa es tu amante, es la hija ilegítima de Santiago Evrard y ése es, Adela mía, el más precioso de tus títulos.

Después llegó Tom, y la hermana de Moreno se retiró a punto que entraba Guillermina con la misma cantinela: «¿Quieres algo?... A ver si te duermes, que no es mal ajetreo el que vas a llevar mañana. Mira; de París telegrafías, para que sepamos si vas bien...». Daba algunos pasos hacia fuera y volvía: «Lo que es mañana no te llamo. Necesitas descanso.

Repentinamente, en una vuelta aparecen algunos hombres sentados en un tronco vaciado y seguidos de un gran haz de troncos, medio sumergidos en el agua: es la armadía de acacia que resbala silenciosa por la superficie del arroyo. La tripulación no tiene que hacer más que dejar á la deriva el montón que le sigue, acompañando con su cantinela la cadencia de los remos.

Era un chocar de cadenas que parecía el ruido de un montón de clavos y llaves viejas, y de vez en cuando una voz débil repitiendo: «Pa... dre nuestro que es... tás en los cielos... San... ta María...» con la expresión tímida y suplicante del niño que se duerme en brazos de su madre. ¡Siempre repitiendo la monótona cantinela, sin que pudieran hacerle callar!

Esta cantinela no sonaba bien en los oídos de Rosalía, y menos entonces. Trataba de volver todas las cosas al estado en que se hallaran antes, y de obedecer puntualmente las prolijas reglas que afluían sin cesar de aquel inagotable manantial de legislación doméstica.

Ramiro apresuraba los instantes, escudriñaba en cada visita todos los recovecos, hacíase enseñar las otras estancias, palpaba disimuladamente los muros esperando descubrir algún secreto resorte. Ella, en cambio, no hacía sino pedirle, sin cesar, que huyesen juntos de Castilla. Era la cantinela monótona, el ruego único, desesperado.

Veinte duros le he dado a la Visitación por la cantinela... Claro; a no me lo había de negar...». Y partiendo de esta idea, volvía a la misma cien y cien veces, describiendo el doloroso círculo. Apeose en la subida a Santa Cruz, y subió al obrador de Samaniego, entrando por el portal, que estaba en la calle de Vicario Viejo. Iba tan decidida, que no tuvo ni la más ligera vacilación.

A trote largo mi caudal camina a sumergirse en una sirte ignota; pronto he de hacer con ella bancarrota, salvo que encuentre una boyante mina. Un diablo pedigüeño anda conmigo; es ¡dame! su perenne cantinela, y así estoy en los huesos, caro amigo. ¿Qué me dices? ¿Mi afán te desconsuela? Dígote, don Peruétano, que digo, que aquella no es mujer... es sanguijuela.

Un niño de tres o cuatro años había cogido el resto del pan blanco llevado por Elena y lo estaba babeando concienzudamente al tratar de morderlo sin partir; pero el mayor lo vio e interrumpió su cantinela llorosa para quitárselo, y reforzó vigorosamente este acto de justicia con un coscorrón en la cabeza del delincuente, después de lo cual secó el zoquete con un jirón que le colgaba de la manga.

Su marido le rogaba que se recogiera; más ella «tenía harto que hacer para acostarse tan temprano...». ¡Ay!, la tertulia de doña Tula y aquel charla que te charla de Pez y Serafinita, habíanle puesto su cabeza como un bombo... Luego el D. Manuel era capaz de dar jaqueca al gallo de la Pasión con la cantinela de sus lamentaciones. Ya eran tantas sus calamidades que Job se quedaba tamañito.