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Hacía brusco recodo el angosto pasadizo, y se hallaron de pronto en otra galería, abierta como una boca, donde se internaban los tubos, comidos de orín, gracias a la perenne humedad. Sudaba el techo pálidas y brillantes gotitas de vapor acuoso; a uno y otro lado corría el agua, sobre un lecho de residuos, de fosfatos alcalinos, blancos y farináceos, como nieve recién llovida.

He contado esta nimiedad tan íntima, tan personal, a guisa de ejemplo, para demostrar que no debe mantenerse contradicción en cosas sin importancia. Una herida de amor propio tarda mucho en curarse; quizá no cicatriza bien nunca. Queda siempre un sordo resentimiento. Y el resentimiento la misma palabra lo dice es el sentimiento más terne, más perenne, de más triste duración.

La condesa no vió aquella mirada breve y rápida, pero sombría, que pasó como un relámpago. Si la hubiera visto se hubiera asustado. Quevedo empezaba á cobrar miedo á la condesa. Era demasiado enérgica, demasiado terrible. Quevedo vió de un golpe que doña Catalina podía ser el obstáculo perenne de su vida.

Sois recuerdo perenne de sombras y de amor. Entre vosotras jugaron mis hermanitas lanzando al viento sus rubias cabelleras. Mientras yo encendía hogueras con los espinos y la hierba seca, donde venían a calentarse los hijos de los pastores. El vigoroso sauce que nos prestaba auxilio cuando el huracán se desencadenaba violento por el valle.

De esta vez decía el cura de Boán, viejo terne y firme, que echaba fuego por los ojos y gozaba fama del mejor cazador del distrito después de Primitivo , de esta vez los fastidiamos, ¡quoniam! Nucha no asistía a las sesiones del comité. Se presentaba únicamente cuando las visitas eran tales que lo requerían; atendía a suministrar las cosas indispensables para el perenne festín, pero huía de él.

Cada estación nos traía sus huéspedes y cada uno de ellos elegía el más adecuado alojamiento: los pájaros de primavera en los árboles en flor; los de otoño un poco más alto; los del invierno en la espesura, en los grupos de árboles de hoja perenne, en las encinas y en los laureles.

Ana salió con el libro debajo del brazo; fue a la huerta. Entró en el cenador, cubierto de espesa enredadera perenne.

Nadie como él sabía encontrar en excéntricos portales sastres económicos, que por poquísimo dinero volvían una pieza; nadie como él sabía tratar con mimo las prendas de uso perenne para que desafiaran los años, conservándose en los puros hilos; nadie como él sabía emplear la bencina para limpieza de mugres, planchar arrugas con la mano, estirar lo encogido y enmendar rodilleras.

Le incomodaba la perenne sinfonía de la lluvia que se deslizaba por los canalones abajo o retiñía en los charcos causados por la depresión de las baldosas. Quedábanle dos recursos no más para combatir el tedio: discutir con su suegro o jugar un rato en el Casino.

Perico, hecho a vivir en perenne divorcio consigo mismo, no podía sufrir la soledad que le obligaba a reunirse a propio; y por lo que toca a Miranda, terminada su temporada de aguas, notablemente restablecida su salud, parecíale que ya era hora de acogerse a cuarteles de invierno y de gozar en paz los frutos de la medicación.