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Hace poco más de un año, cuando, en la próxima ciudad de Matanzas se inauguraba, por iniciativa de un hombre a quien vi entonces por última vez, el doctor Ramón Miranda, un artístico monumento en honor de Martí, el doctor, que a ello me había comprometido de antemano, me llevó a dicha ciudad a hacer uso de la palabra en la ceremonia de inauguración.

Triste y mustio de veras, se dejó conducir por Miranda a su cuarto, y es cosa averiguada también, que en todo el curso de aquel día no entraron en su cuerpo más alimentos que dos tazas de y un huevo pasado por agua, que la extrema debilidad le obligó a sorber, entrada ya la noche.

En este número pueden ponerse Camoens, Gil Vicente, Bernardín Riveiro, Mousinho de Quevedo, el P. Vieira y dos condes y una condesa de Ericeira. Otros son tan ilustres y tan dignos de serlo en Portugal como en Castilla; así, por ejemplo, Sa de Miranda.

Aunque Bolívar fué bien recibido por el marqués Wellesley, ministro de Negocios Extranjeros de la Gran-Bretaña, solo obtuvo contestaciones evasivas á causa de la alianza que por aquel tiempo tenian hecha las dos naciones. Cumplida esta mision, nuestro héroe se hizo á la vela de regreso para su pais nativo en compañia del general Miranda.

Se hicieron fiestas por el nacimiento de Felipe IV; que consistieron en una mascarada compuesta de 12 cuadrillas al mando de los caballeros don Diego Ortiz de Zúñiga, 24; Sebastián de Casaus, Fernando de Saavedra, Pedro de Tapia, Antonio Petruche Provincial de la Hermandad, Juan de Arguijo, 24, Juan Pérez de Guzmán, Ldo. don Juan Ponce de León, don Bartolomé González Delgadillo de Avellaneda, Asistente, Luís de Miranda, 24, señor Duque de Alcalá.

El señor de Miranda tendrá mi billete dijo dirigiéndose al empleado, como si éste hubiese de conocer forzosamente a Miranda. El empleado, desorientado, se volvió hacia el viajero, tendida la diestra. No me llamo Miranda murmuró éste. Y como viese al empleado furioso, dispuesto a interpelar a Lucía con grosero ademán, añadió: ¿Venía alguien con usted, señora?

Pocos días en Bayona bastaron para que Miranda se aliviase notablemente de la dolorosa luxación, y a que Pilar Gonzalvo y Lucía se conociesen y tratasen con cierta confianza.

¡Casar a su hija de usted con Miranda! gritó enarcando las cejas y colérico y descompuesto . ¡Está usted loco! ¡El mejor ejemplar de raza que de diez años a esta parte encontré! ¡Una niña que tiene glóbulos rojos en la sangre, bastantes para surtir a cuantas muñequillas anémicas se pasean por Madrid! ¡Una estatura! ¡Un equilibrio! ¡Unos diámetros!

Todavía es muy buen mozo, declaró Lucía con naturalidad. ¿Y su genio... y su trato...? Muy obsequioso, muy amable. ¿Te repugna la idea de que viviese siempre aquí... con nosotros? No tal. Al contrario. Si me divierte mucho cuando viene. Pues.... ¡por vida de la Constitución! ¡ también estás enamorada del señor de Miranda! Mire usted.... ¡eso que me parece que no!

Salió gritando y pidiendo auxilio; acudió primero Sardiola a sus voces, y meneando la cabeza, dijo: «Se acabóMiranda y Perico llegaron en breve; justamente estaban en casa por ser las once, hora de cambiar el lecho por el almuerzo.