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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar.

Añadía que su hijo la había llevado a enterrar a Bretaña, al mismo castillote de Hotidan, en que, trascurriera su niñez. Miranda estaba delante cuando se leyó, este párrafo, y hubo de notar la ojeada rápida que se cruzó entre Pilar y Lucía, y la palidez repentina de su mujer. Salió Lucía aquella tarde, y se fue a San Luis, donde pasaría como media hora.

¡Qué suerte ha tenido usted en que le hubiese reconocido, don Feliciano! exclamó el señor Miranda mostrando su ancho estoque de hierro con puño de hueso. ¡Pues la de usted no ha sido pequeña, don Pedro! contesta el comerciante esgrimiendo en el aire una hoja fina y pavonada de Toledo. Para entrar en la tienda de la Morana era preciso bajar dos escalones.

La anémica solía manifestar, al volver del paseo, el capricho de ir un rato a sentarse en los bancos del parque. Por lo regular, allí había gente, y alguno de los españoles de la colonia, conocidos de Perico o de Miranda, hacíase acaso el encontradizo, y las saludaba y dirigía algunas frases de ritual.

A los pocos instantes, Yuba-Bill andaba ya atareado, como Caliban, en llevar trozos de leña para aquella Miranda; el correo molía café en el mirador; a me fue asignada la delicada tarea de cortar tocino, y el juez ayudó a todos con sus bienhumoradas y atinadas observaciones.

Aldea formada de palacios, adornada con todo el refinamiento de comodidad y lujo inteligente que caracteriza a nuestro siglo; pero al fin aldea. A un tiempo comenzaron Pilar y Miranda la temporada termal, si bien con método tan distinto como lo requería la diferencia de sus males.

Corrieron de nuevo delante dél los de las libreas, como si para él solo, no para alegrar aquel festivo día, se las hubieran puesto; y Sancho estaba contentísimo, por parecerle que se había hallado, sin saber cómo ni cómo no, otras bodas de Camacho, otra casa como la de don Diego de Miranda y otro castillo como el del duque.

No sabía ella misma por qué se acordaba antes del Padre Arrigoitia que de Miranda; pero es lo cierto que su temor principal era darse de manos a boca con el afable jesuita, que le diría sonriendo: «¿De dónde bueno, hijaHostigada por tales imaginaciones, se levantó tambaleándose, y diciendo entre dientes: No es justo que la muerta esté sola....

El cuerpo de Lucía, tendido sobre la improvisada cama, era complemento de la paz, de la quietud de aquella movible alcoba. Miranda consideró a su desposada un rato, sin que se le ocurriesen las cosas sentimentales y poéticas que la situación parecía sugerir.

En conciencia, me debes una prima y al decirlo, reíase el hombre político, y golpeaba a Miranda en las mejillas, cual si de un niño de ocho años se tratase. Con tan alto patrocinio se presentó Miranda en la pacífica morada del feudatario colmenarista, siendo en efecto recibido cual lo exigía el venir de tal persona recomendado.

Palabra del Dia

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