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Sin embargo, esta casada de la ciudad no se marchita físicamente como la de la aldea..... «¡Ojalá! La casada de la ciudad sigue siendo joven y hermosa; pero las rejas del claustro doméstico se cerraron detrás de ella cuando regresó del templo. Amparo ha tomado el velo de desposada: ha dejado moralmente de estar viva: es profesa del hogar.

En aquel momento, la altiva e impecable criatura experimentaba una acre voluptuosidad al pensar en los estragos irreparables que iba a causar aquel papel azul en el que su mano trémula escribía sin vacilación ni remordimientos las líneas acusadoras, como un líquido corrosivo en el blanco traje de desposada.

25 Mas si el hombre halló la joven desposada en la campo, y él la tomare, y se echare con ella, morirá sólo el hombre que con ella se habrá echado; 28 Cuando alguno hallare una joven virgen, que no fuere desposada, y la tomare, y se echare con ella, y fueren hallados; 30 No tomará alguno la mujer de su padre, ni descubrirá el regazo de su padre.

23 Cuando fuere joven virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se echare con ella; 24 entonces los sacaréis a ambos a la puerta de aquella ciudad, y los apedrearéis con piedras, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque forzó a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti.

»Hay un ejemplo en la historia que nos debe alentar mucho para llevar a cabo lo que te propongo. La Amada Santa Isabel de Hungría estuvo desposada desde su tierna edad con el duque Luis de Turingia, pero sin que las bodas se celebrasen hasta que ambos llegaron a la edad oportuna.

Al fin de una de las galerías estaba ya una puerta abierta y guardándola, silenciosas, inmóviles, veíanse dos figuras blancas de monja, con sendas hachas de cera en las manos. Tornó a hincarse de rodillas la desposada, y levantándose al instante, estrechó vivamente entre los brazos a su hermana. ¡Era el último abrazo que le daba!

¡Qué blancura tan admirable! No: mucho mejor que eso. Las vírgenes y las niñas, por dulces que sean, tienen poco más ó menos lo que podemos llamar el verdor de la juventud, mientras que el candor de nuestra perla aseméjase más bien al de la inocente desposada, tan pura, aunque sumisa al amor. No tiene la menor ambición de brillar, suavizando, y apagando casi sus matices.

Ya podéis ver dijo la reina después de que el inquisidor general la estuvo mirando frente á frente algunos segundos, que ni por mi traje, ni por mi semblante, soy la pobre esposa medio viuda, la reina reclusa y humillada; soy la desposada que se viste de fiesta para esperar á su esposo... porque espero á su majestad; ya no hay traidores que impidan al rey llegar hasta la reina... las puertas de mi cámara están francas para su majestad; anoche empezó ese milagro; anoche el rey fué mi esposo.

En esto se solazan las mujeres cuando son niñas, y todavía muchísimo tiempo después de dejar de serlo. Pero Lucía no era niña para siempre. Seguía corriendo el tren, y la desposada no lloraba ya. Apenas se advertían en su rostro huellas de llanto, ni sus párpados estaban enrojecidos.

Casi en los mismos días que esta carta, llegaba de Londres un rico brazalete dirigido a la hermosa desposada. Cuatro meses han transcurrido.