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Actualizado: 13 de junio de 2025


Pocos instantes después exhaló Doña Blanca el último suspiro, diciendo con ahogada y sumisa voz: ¡Jesús me valga! El dolor de Clara fué profundo. Silenciosamente lloró la muerte de su madre. Lucía lloró también y trató de mitigar con su afecto el dolor de su amiga.

Sabía lo que era el amor entre los blancos tabiques de un camarote, y quería continuar, fuese con quien fuese, los encuentros de pasión en una de estas cajas de madera, sonando a sus pies el abejorreo de la máquina, oyendo junto al tragaluz el chapoteo de la ola perezosa. Esta mujer venía a él, hermoseada por la noche, humilde y sumisa como una esclava de guerra... ¡tanto mejor!...

Lo veo tan rendido a , tan humilde, tan bueno, cuando podría tenerme completamente dominada, subyugada, y ¡jugar conmigo como con una pobre criatura sumisa! No : a veces pienso que si yo pierdo toda clase de orgullo y de maldad es porque usted no quiere usar del imperio que tiene sobre . Y debe ser esta delicadeza suya la fuerza que más me domina.

Particularmente aquellos de uso más inmediato y personal para su confesor, como los peines, las plumas de escribir, la fosforera, etc., fueron objeto para ella de una atención viva, ansiosa: les daba vueltas entre sus dedos con emoción, mientras una sonrisa tierna y sumisa vagaba por sus labios. Un alzacuello usado yacía sobre una silla.

Doña Agustina estaba tan satisfecha de aquella inusitada distinción y tan agradecida y sumisa a doña Inés, que sin dificultad recibiera en su corazón, como la blanda cera recibe el sello, el nombre, la imagen y el afecto de la persona que doña Inés quisiese grabar en él.

Su mezquino sueldo y la pobre ayuda del maestro de capilla apenas si bastaban para aquella boca que consumía más que todos los de la casa juntos. A fines de mes, Esteban impetraba el auxilio del Vara de plata para acabar los últimos días, ingresando de este modo en la grey sumisa y miserable amarrada a la usura del sacerdote.

Tuve que cerrar por un momento los ojos, deslumbrado. ¡Estaba tan hermosa! ¿Estás contento? me dijo, con una mirada tierna y sumisa. Su rostro, al sonreírse, parecía una máscara de mármol. Entonces me sentí aplastado por la felicidad y por la conciencia de mi falta.

Si con los recuerdos de aquella época hubiese conservado la más leve de las ignorancias que la hicieron tan bella y tan estéril, diría que aquella facultad singular, siempre dominadora y jamás sumisa, desigual, indisciplinable, llegando en cierto momento y alejándose como había venido, asemejaba a lo que los poetas llaman inspiración y personifican en su Musa.

Clotilde lo aceptaba de buen grado: ella tan desdeñosa con los autores más eminentes, se estiraba y se encogía ahora como blanda cera en las manos de este muñeco insulso. Era de ver la humildad con que aceptaba sus correcciones, y la inquietud que la causaban las censuras: mientras duraba el ensayo tenía los ojos puestos constantemente en él, espiando como esclava sumisa los deseos de su dueño.

A su lado marchaba la compañera, afable y sumisa, lo mismo que en las primeras semanas de relaciones, sintiendo en su alma simple un reflorecimiento de amor, una primavera extemporánea, nacida al contacto del peligro.

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