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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Silbaba el espacio, rayado incesantemente por el abejorreo de un enjambre invisible. Millares de moscardones pegajosos se movían en torno de Desnoyers sin que alcanzase á verlos. Las cortezas de los árboles saltaban, empujadas por uñas ocultas; llovían hojas; se agitaban las ramas con balanceos contradictorios; partían las piedras del suelo, impelidas por un pie misterioso.

Sabía lo que era el amor entre los blancos tabiques de un camarote, y quería continuar, fuese con quien fuese, los encuentros de pasión en una de estas cajas de madera, sonando a sus pies el abejorreo de la máquina, oyendo junto al tragaluz el chapoteo de la ola perezosa. Esta mujer venía a él, hermoseada por la noche, humilde y sumisa como una esclava de guerra... ¡tanto mejor!...

La muchedumbre lanzó aclamaciones, pero éstas no iban dirigidas á la persona del Hombre-Montaña, como días antes, sino á su nuevo traje, en el que veían un símbolo de abdicación y de esclavitud. Adivinando otra vez la hostilidad que le rodeaba, Gillespie quiso retroceder hacia su vivienda, pero un leve abejorreo sonó en torno á su cabeza.

Pero por dentro era de acero trenzado, y dejándolo caer sobre mi hermoso tiro, nos pusimos en marcha. ¡Lo que tardamos en remontar esa cuesta á través de la muchedumbre! Los extranjeros me aclamaban. Se oía como un interminable abejorreo el crujido de las máquinas fotográficas. Todos querían llevarse la imagen del rey del mundo. Reconocí por sus caras tristes á los vecinos de la ciudad.

Después del almuerzo, la gente tomó el café a toda prisa y los salones quedaron abandonados, sonando en el vacío el abejorreo de los ventiladores y los trinos de los canarios. Todos se amontonaban hacia la proa, en las bordas de la cubierta, ansiosos de ver las islas. Empezaron a marcarse en el horizonte las gibas obscuras y borrosas de unas montañas emergiendo del mar.

En uno de sus paseos habían llegado cerca del hotel, y ahora se alejaban lentamente, sonando á sus espaldas el piano y el abejorreo de las conversaciones de la tertulia de doña Cristina. ¡Y pensar que podía haber encontrado en mi casa la felicidad que busco fuera, ocultándome como un malhechor! exclamó el millonario, como si el recuerdo de su familia despertase en él cierto remordimiento.

Transcurrían largos intervalos de silencio. Después, un rumor, un suspiro colectivo, el abejorreo de un comentario en voz baja alrededor de la mesa. ¿Seguía ganando Alicia?... ¿Iba á verla aparecer como el otro, encogiéndose de hombros ante los absurdos de la suerte?... Aún pidió un vaso más; y contemplando las espirales de humo de su cigarro, fué adormeciéndose.

Palabra del Dia

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