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Arrebatábanse los viajeros el papel impreso, ansiosos de enterarse de las noticias de su país, como si temiesen que durante su aislamiento en el mar hubieran ocurrido los sucesos más extraordinarios. Después subieron corredores de los hoteles de Buenos Aires y agentes de empresas de transportes, ofreciendo sus servicios.

Entrar en ella es poner el pie en el imperio de la Eternidad. Es la vida del espíritu. El mundo no puede cambiarla ni el tiempo destruirla, porque es ella el principio mismo del tiempo y del mundo. Gustó la vida en Dios; vivió más allá del tiempo en la fuente misma ideal y perenne del mundo imaginativo que nos envuelve. Sus días ya no se deslizaban tristes y ansiosos como una porción del tiempo.

Apenas se oye una guitarra en cualquier ventorrillo de la Mancha, ó en uno de los encantadores patios moriscos de las casas de Andalucía, ó al aire libre, á la sombra de un espeso granado, cuando acuden los campesinos, trabajadores y jornaleros de la ciudad, ansiosos de tomar parte en su diversión favorita, mostrándose incansables los jóvenes en corresponder á los deseos de la multitud.

Los Grandes alargaban las cabezas, ansiosos de oír a Jacobo... Acababan de ver retratado, cual en un espejo, en el discurso de Benhacel, lo que debe de ser un Grande, lo que significa aquel lema de la antigua hidalguía: nobleza obliga, que no exige ciertamente que cada título de Castilla sea un genio, ni cada Grande de España un héroe, ni cada apellido ilustre un santo; porque ni el genio se hereda, ni la inteligencia se vincula, ni el heroísmo es un pergamino, ni la santidad un mayorazgo.

Algunos de éstos, a modo de vivientes periódicos, concurrían a casa de aquella señora por las tardes, y esto, además del buen chocolate y mejores bollos, atraía a otros ansiosos de saber lo que pasaba.

Los bravos adalides cristianos pudieron respirar más desahogadamente en sus territorios, ya más extensos y seguros. Repobláronse las antiguas ciudades de Ávila, Segovia, Salamanca, Toro y Zamora. Mezcláronse con los castellanos caballeros extranjeros, ansiosos de tomar parte en sus gloriosas cruzadas.

Don Juan se encontraba al fin delante de ella, estaba bajo la influencia de su hermosura aumentada por el temor, por la agonía del alma, bajo el magnetismo de sus hermosos ojos ansiosos y enamorados, en contacto con aquella vigorosa organización que se estremecía aterrada. Don Juan lo olvidó todo; no vió más que á doña Clara.

Cuya providencia, entendida por algunos de los que se hallaban presentes, que observaron tambien las demostraciones cristianas que practicaron algunos individuos del ejército, produjo el efecto de que pasasen en busca de sus parientes y amigos, y los persuadiesen á que se presentasen sumisos, como efectivamente lo consiguieron; y en breve tiempo se vieron venir en cuadrillas, ansiosos á porfia de prestar la obediencia al Rey, jurando ser en adelante sus fieles vasallos.

Al contrario, he dormido divinamente me apresuré á responder. No me fiaba ni de mi hija. Luego añadí afectando naturalidad: ¿Ha venido ya El Eco del Comercio? ¡Anda! ¡Ya lo creo! Tráemelo. Recorrílo todo con ojos ansiosos sin ver nada. De pronto leí en letras gordas: El crimen de la calle de la Perseguida, y quedé helado por el terror.

Y de mucho mérito, señor. Lo traigo desde Panamá y espero ganar mucho con él en la gallera de Bogotá. Pido gracia. Y en obsequio a los intereses de mi vecino, pasamos el resto de la noche en blanco, con los oídos destrozados y esperando ansiosos el alba, que al fin apareció. Tal fue la «noche de Consuelo». Las últimas jornadas En hotel del Valle. De Guaduas a Villeta. Ruda jornada. La mula.