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Cada mañana, juntamente con el alba, amanecía sentado al pie de un granado, de muchos que en la huerta había, un mancebo, al parecer estudiante, vestido de bayeta, no tan negra ni tan peluda, que no pareciese parda y tundida.

Eso se parece dijo uno de los oyentes la historia de la princesa Laureola, por quien vinieron de la Meca los tres reyes moros, y dice el cuento que tenía los ojos de azabache ardiendo, la boca de flor de granado, y las orejas de caracolitos del mar. ¿Lo sabes ? Eso está en el romance de la Reina mora, bruto. ¿Qué tiene eso que ver con la princesa Laureola?

Apenas se oye una guitarra en cualquier ventorrillo de la Mancha, ó en uno de los encantadores patios moriscos de las casas de Andalucía, ó al aire libre, á la sombra de un espeso granado, cuando acuden los campesinos, trabajadores y jornaleros de la ciudad, ansiosos de tomar parte en su diversión favorita, mostrándose incansables los jóvenes en corresponder á los deseos de la multitud.

Los domingos por la noche, después de pasar la tarde agradablemente en las carreras, los miembros de lo más granado de la sociedad uruguaya se reúnen en estos lugares. El viajero en la América del Sur experimenta una verdadera satisfacción al ver que Montevideo está a la altura de todos los adelantos modernos.

El rostro de la pobre joven se volvió rojo como la flor del granado, y ocultó su cabeza en el seno de la superiora, indignada de la temeridad del desconocido. ¡Ave María... qué atrevimiento! dijeron las mujeres. ¡Por la Virgen! ¿de dónde sale ese demonio? se preguntaban los hombres, estupefactos de tanta audacia.

Y como no faltó allí quien ya los hubiera visto, en la gran posada de la Calle Nueva, donde ellos habían venido a parar y donde habían declarado su condición y sus nombres, pronto pasaron estos de boca en boca, y por donde quiera se oía decir: Esos son dos ricos y elegantes aventureros de Castilla; el más granado se llama Miguel de Zuheros, por sobrenombre Morsamor; y el jovencito, que es su doncel, se llama Tiburcio de Simahonda.

Entraron en un patio miserable. Los pilares eran de negruzca y carcomida madera. Añoso granado retorcía su ramaje junto a un aljibe. La cal reverberante, el azul denso del cielo, y las flores rojas de las malvas en las ventanas formaban hechicera desarmonía. Atravesaron cuadras atestadas de camas y traspontines, como en los ventorrillos morunos.

Lo llamativo, lo picante de sus encantos era independiente de su voluntad: aquel cuerpo de líneas tentadoras tenía actitudes pudorosas para no revelar la forma por los movimientos; aquella boca húmeda y roja, como flor de granado recién mojada por la lluvia, hablaba castamente; y aquellos ojos de miradas abrasadoras y mimosas, grandes pecadores sin saberlo, contrastaban con la serenidad y limpieza de su pensamiento: Soledad era, en fin, una de esas mujeres a quienes hay que buscar, porque no saben atraer, y que resisten mal porque desconfían poco.

En suma, allí se juntaba lo más granado de la comarca, faltando sólo el marqués de Ulloa, que vendría de fijo a los postres. La monumental sopa de pan rehogada en grasa, con chorizo, garbanzos y huevos cocidos cortados en ruedas, circulaba ya en gigantescos tarterones, y se comía en silencio, jugando bien las quijadas.

Estas palabras de Azazil avivan en el pecho del Coreixí la amortiguada llama del entusiasmo: hierve de nuevo en sus turgentes venas la sangre del impetuoso Merwan, y al pensar en las delicias del Genna , en la deleitosa sombra del granado inmortal plantado cabe el trono invisible del Eterno, en los cuatro místicos rios que brotan de su pié, y en las hurís etéreas nacidas de sus incomparables frutos ; al recordar que su muerte está tal vez próxima y que solo le falta emprender aquella grande obra para asegurarse la posesion del Paraiso y el don de la perpetua juventud en brazos de aquellas encantadoras vírgenes, sacude el letargo y la tristeza, y resuelve inmediatamente seguir la inspiracion del ángel que ha hablado á su oido.