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Cada mañana, juntamente con el alba, amanecía sentado al pie de un granado, de muchos que en la huerta había, un mancebo, al parecer estudiante, vestido de bayeta, no tan negra ni tan peluda, que no pareciese parda y tundida.

Sin embargo, como el médico insistía en los paseos a caballo, se determinó a alquilar un jamelgo para dar una vuelta por las afueras, de madrugada. Miguel alquiló otro para acompañarle, y así que Dios amanecía, salíanse ambos por la puerta de Toledo o San Vicente, y se espaciaban por aquellos campos media legua o una, según el tiempo y la ocasión.

Una nueva y clara luz amanecía sobre Sarrió, después de tantas tinieblas. Por la merced y gracia singular de Dios, hallóse la hermosa villa provista, cuando menos lo pensaba, de un órgano en la prensa, siquiera fuese semanal o «hebdomadario», según decía su ilustre fundador. Graves obstáculos, escollos peligrosos se oponían a la realización de la empresa.

El cielo amanecía nublado los más de los días, y el mar ceniciento. El Vedrá parecía más enorme, más imponente, alzando su cónica aguja en esta atmósfera tempestuosa. El mar se despeñaba en cataratas dentro de las cavidades de sus cuevas, con gigantescos cañonazos.

Ya, en esto, amanecía, y si los muertos los habían espantado, no menos los atribularon más de cuarenta bandoleros vivos que de improviso les rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuviesen quedos, y se detuviesen, hasta que llegase su capitán.

Amanecía ya, y érale forzoso levantarse para ganar un mísero jornal, lavando en el río. Cogió á Gilito en sus brazos, y le puso de rodillas, medio dormido, delante de una estampita del Niño Jesús de Praga que había pegada en la pared, sobre la misma cama.

Porque, señores, nadie como yo respeta al clero parroquial, ese clero honrado, pobre, humilde... pero el alto clero... muera... y sobre todo... muera el señor Provisor... el.... ¡Muera! ¡muera! contestaron algunos: Joaquín, el coronel, que estaba sereno, pero quería que muriese el Magistral, y otros dos o tres comensales borrachos. Cuando se levantaron de la mesa amanecía.

En los más se dicen las misas a un tiempo, de modo que los que tienen éstos u otros impedimentos no pueden oírla; como tampoco los que el pueblo tiene empleados en guardar los chacareríos, que, como los robos se recelan de noche, y la misa se dice temprano, no pueden venir a oírla, lo que podrían hacer si la misa mayor se celebrase a una hora regular, que aunque estuvieran toda la noche en su ocupación tenían tiempo desde que amanecía de venir a misa sin ningún recelo.

Ya amanecía cuando fue extinguiéndose el ruido poco a poco, lo cual hizo creer a Amaury que Magdalena había acabado por dormirse. Queriendo asegurarse de ello bajó al saloncito y estuvo escuchando un rato junto a la puerta de su aposento, sin atreverse a entrar ni a volverse. Parecía estar clavado en el suelo. De pronto dio un paso atrás.

Rodaban automóviles ante el pabellón entre gritos de mando. Debía ser el convoy sanitario que evacuaba el castillo. Luego, cerca del amanecer, un estrépito de caballos, de máquinas rodantes, pasó la verja, haciendo temblar el suelo. Media hora después sonó el trote humano de una multitud que marchaba aceleradamente, perdiéndose en las profundidades del parque. Amanecía cuando saltó del lecho.