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Actualizado: 1 de septiembre de 2024
«Las doce, había dicho el sereno, ¡ya era mañana! es decir, ya era hoy; dentro de ocho horas la Regenta estaría a sus pies confesando culpas que había olvidado el otro día». ¡Sus pecados! dijo a media voz el Provisor, con los ojos clavados en la llama del quinqué ¡si yo tuviese que confesarle los míos!... ¡Qué asco le darían!
Aquel pobre don Santos había muerto como un perro por culpa del Provisor; había renegado de la religión por culpa del Provisor, había muerto de hambre y sin sacramentos por culpa del Provisor». «Y ahora los revolucionarios, que de todo sacan raja, aprovechan la ocasión para hacer una de las suyas...». «Y por culpa del Provisor...». «No se puede estirar demasiado la cuerda».
Este, despues de haber descubierto el secreto á otros jóvenes de su clase, y previo acuerdo de todos, fué á consultar el caso con un sacerdote amigo suyo llamado Don Domingo Lander. Por boca de este y de otro clérigo llegó á oidos del provisor, quien lo notició al capitan general.
Yo no sé cómo hay quien hable mal de la confesión; aparte de su carácter de institución divina, aun mirándola como asunto de utilidad humana ¿no comprende usted, y puede comprender cualquiera que es necesario este hospital de almas para los enfermos del espíritu?». El Magistral había hablado de las consultas que los periódicos protestantes establecen para dilucidar casos de conciencia. «Las señoras protestantes, que no tienen padre espiritual, acuden a la prensa. ¿No es esto ridículo?». El Provisor había sonreído con la voz.
Aquel era uno y por eso la capilla estuvo desierta hasta que llegaron las dos señoras. Visitación se confesaba cada dos o tres meses, no conocía a punto fijo los días fastos y nefastos, ignoraba cuándo se sentaba el Provisor y cuándo no. La Regenta venía por primera vez, «¿por qué no le había avisado?
Entonces fue cuando el Provisor vio con su catalejo, desde el campanario de la catedral, los preparativos de una expedición al campo en la que acompañaban a la Regenta Mesía, Frígilis y Quintanar.
Ganada la votación, para contentar a la minoría, el presidente del Casino declaró imparcialmente que «el verdadero pecado del Provisor era la simonía». El Marquesito, licenciado en derecho civil y canónico se hizo explicar la palabreja.
El Chato iba y venía, espiaba en todas partes, y dos o tres veces al día entraba en casa del Provisor a dar parte de las murmuraciones a su jefe, a doña Paula, que le pagaba bien.
Don Álvaro ya miraba al Provisor con prevención, ya le temía; el Provisor no sospechaba que don Álvaro pudiera ser el enemigo tentador de la Regenta; si no le quería bien, era por considerar peligrosa para la propia la influencia del otro en Vetusta, y porque sabía que sin ser adversario declarado y boquirroto de la Iglesia, no la estimaba.
Grosero en sus palabras, brusco de modales, cruel para con los indios de la mita y avaro hasta el extremo de que si en vez de nacer hombre hubiera nacido reloj, por no dar no habría dado ni las horas, tal era su señoría. Y para colmo de desprestigio, el provisor y canónigos del Cuzco lo habían excomulgado solemnemente por ciertos avances contra la autoridad eclesiástica.
Palabra del Dia
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