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Parecía un padre, y aparte la fe jurada, era una villanía, una ingratitud engañarle. Con don Frutos hubiera sido tal vez otra cosa. No hubiera habido más remedio. ¡Sería tan brutal, tan grosero! Don Álvaro entonces la hubiera robado, , y estarían al fin del mundo a estas horas.

Cuantos así la vieron la elogiaron achuladamente: sólo él tuvo valor para decir que todo aquello, por flamenco y grosero, desdecía de su tipo elegante y fino. ¡De cuántas cosas parecidas se acordaba! Ansiosa de saber si Juan había llegado a Madrid, fue a los teatros en días de estreno, al primer turno del Real, y nada.

El sofisma religioso, tolerando en la tierra la injusticia sin más consuelo que la esperanza en un mundo mejor, era demasiado grosero para las inteligencias modernas.

Por virtud de esta funesta ocurrencia, lo que era una frase incisiva y bien meditada, se convirtió en grosero y feroz insulto.

Sus brutalidades con las señoras vienen de que no tiene conciencia de las delicadas atenciones que la debilidad merece; las humillaciones afrentosas impuestas a los ciudadanos provienen de que es campesino grosero, y gusta por ello de maltratar y herir en el amor propio y el decoro a aquéllos que sabe que lo desprecian.

Un personaje prudente, agazapado en el fondo del fuco, bajo las violadas coralinas el cangrejo, avanza curioso, y después de lanzar una mirada furtiva, se zambulle en su selva. «Pero ¿qué veo?, ¿qué es esto?: una concha enorme, inmóvil hasta este momento, recobra la vida, prueba á andar... ¡Oh! esto no es natural. ¡Vaya un fraude más grosero!

¡Oh, gentleman! interrumpió ella quejumbrosamente . No sea usted materialista en sus apreciaciones, no se muestre grosero en sus sentimientos juzgando á las personas por su tamaño. ¿Por qué no pueden amarse dos almas á través de sus envolturas completamente diferentes?... Ahora que le conozco, gentleman, me doy cuenta de que toda mi vida he estado esperando su llegada.

Eso lo hará usted porque es un grosero y ha adquirido malas mañas allá por Málaga. Aquí el padre Norberto de seguro no lo hubiera hecho. ¡No, no! Yo soy incapaz... dijo el cura, sofocado por la risa, tosiendo hasta reventar. No he salido de Peñascosa... Yo lo que hago es achicarme y correr ese punto de oros de mi compañero. Y puso sobre la mesa un cuatro.

Pero pudo muy bien Nieves, mirando el hecho desde su punto de vista de mujer, o de niña mimada, decir para sus adentros: «¡qué grosero!...» o «¡qué pan frío!» Y esto es lo que me duele, por si lo ha pensado ella y por no merecerlo yo en buena justicia, y lo que me ha ido molestando toda la tarde en la cabeza, con el propósito, además, de volver por el clavelillo este en cuanto pudiera, y el temor de no hallarle cuando le buscara. ¡Carape, si me ha preocupado todo ello junto!

Resuelto a que su amistad «con aquel ángel hermoso» no acabase de mala manera, en una aventura de grosero materialismo llena de remordimientos y dejos repugnantes; seguro de que aquella mujer ponía en aquel lazo piadoso toda la sinceridad de un alma pura, y que degradarla, caso de que se pudiera, sería hacerle perder su mayor encanto; el Magistral que vivía ya nada más de esta refinada pasión que según él no tenía nombre, luchaba con tentaciones formidables, y sólo conseguía contrarrestar las rebeliones súbitas y furiosas de la carne con armisticios vergonzosos que le parecían una especie de infidelidad.