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Resuelto a que su amistad «con aquel ángel hermoso» no acabase de mala manera, en una aventura de grosero materialismo llena de remordimientos y dejos repugnantes; seguro de que aquella mujer ponía en aquel lazo piadoso toda la sinceridad de un alma pura, y que degradarla, caso de que se pudiera, sería hacerle perder su mayor encanto; el Magistral que vivía ya nada más de esta refinada pasión que según él no tenía nombre, luchaba con tentaciones formidables, y sólo conseguía contrarrestar las rebeliones súbitas y furiosas de la carne con armisticios vergonzosos que le parecían una especie de infidelidad.

Más adelante se le ocurrió degradarla de otra manera. Josefina comía a la mesa con los señores. El alto y poderoso maestrante no había consentido en ello al principio: importunado por su esposa, cedió al fin, no sin repugnancia. Concha, penetrada de la ojeriza de su señora, comenzó a intrigar para privar de este honor a la recogida.

Era de esos monstruos á quienes gusta oir los gritos de su víctima y que se deleitan viendo lágrimas. El amor en él tenía un fondo de crueldad. Deseaba á Lea, pero la execraba y sujetándola á sus caprichos, se daba el placer de degradarla.

El amor, ¡qué es más que una locura sublime! exclamó sentenciosamente Miguel, tratando de enlazarla de nuevo con sus brazos. Por lo mismo que es sublime, no debemos degradarla... Seamos fuertes con nosotros mismos... atrincherémonos detrás de nuestras ideas elevadas, y defendámonos de las groserías de la pasión...