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Todos los de Europa la poseían por igual, y hasta los reyes gozaban el placer del rascuñón y el entretenimiento de la cacería a tientas.

Sin embargo, sin investigar las causas de ello, sintió durante todo aquel día una alegría de niña satisfecha en sus gustos más vivos, y aún más intenso fue su placer al despertar a la mañana siguiente con este pensamiento: «Voy al Vivero a hacer vida de aldeana, a correr, respirar, engordar... alegrar la vida... allí el sol, el agua corriente, el follaje... la salud...» y como un acompañamiento musical que encantaba toda aquella perspectiva, Ana sentía una indecisa esperanza que era como un sabor con perfumes... una esperanza... no quería pensar de qué... Pero ello era que el mundo parecía alegrarse, que la idea del Vivero la fortificaba como un placer positivo, de los que se gozan cuando duran las ilusiones. «Aquel Benítez la estaba rejuveneciendo».

Marta oía a Nepo con más placer que si le fuera recitando la primavera temprana de Goëthe. ¿De modo... que ellos van a arruinarse? ; ya no tiene remedio. La culpa es suya. Suya.... Empezó él... siguió ella... después los dos...; después todo el mundo.... Usted lo ha visto: aquella casa es un hospicio; los cómicos nos han comido un mayorazgo..., y como la fábrica va mal....

El Océano tiene para tantos recuerdos, nos conocemos tanto, y me son tan familiares sus manifestaciones, que siempre que tras algún tiempo contemplo su grandiosidad, experimento un indescriptible placer. El Océano constituye una verdadera necesidad de mi vida.

Ambos la contemplaron largo rato en silencio con éxtasis, pendientes del levísimo soplo que hinchaba y deshinchaba aquel tierno cuerpecito. Fue un instante feliz. El conde, olvidado de sus temores, se calmó: una sonrisa de vivo placer se esparció por su fisonomía dulce y melancólica.

Las de la hermana San Sulpicio eran ideales; no excesivamente pequeñas, pues éstas antes me causan repugnancia que placer, de piel tersa y levemente sonrosada, macizas, de dedos bien torneados aunque no afilados en demasía. Con la mente estaba mandando mil besos a aquellas manos seductoras. ¡Jesú, qué guitarriyo tan cruel! exclamó sacudiéndolo con impaciencia. ¿De quién ha sido el hallazgo?

Casi hacía calor, aunque era el mes de Marzo. Rafael, habituado al viento frío de Madrid y a las lluvias de invierno, aspiraba con placer la tibia brisa que esparcía el perfume de los huertos por las estrechas callejuelas de la ciudad vieja.

Acontecióle entonces lo que nos acontece cuando despertamos de una molesta pesadilla: su corazón se espació y aspiró con placer el aire frío que, zumbando en las cornisas, penetraba en remolino hasta el fondo del patio.

Se siente un vivo placer al recorrer casi todas las calles de Cádiz, ó al reposar bajo la espesa sombra de las magníficas arboledas de las plazas de «San Antonio» y de «Mina». Aparte del interes que excitan los corrillos de gentes de todas condiciones y las tiendas elegantes llenas de curiosidades, donde quiera se camina de sorpresa en sorpresa al recorrer las mejores calles, las que no empedradas ricamente embaldosadas.

Ambos vacíos tienen sus acerbos detractores, y unos u otros se han de ensangrentar en el triste Fígaro. ¡Oh qué placer el de ser redactor! ¡Bueno! Traduciré noticias; al trabajo; corto mi pluma, desenvuelvo el inmenso papel extranjero; aquí van tres columnas. ¿Tres columnas he dicho? Al día siguiente las busco en la Revista, pero inútilmente. ¡Señor director! ¿qué se hicieron mis columnas?