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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Ni el uno ni el otro articularon palabra clara al saludar a don Alejandro; y Dios sabe qué término hubiera tenido aquella escena a no desenlazarla don Claudio Fuertes de este modo: Aquí, caballeros, no hay otra novedad que un levísimo dolor de cabeza que ha cogido Nieves esta mañana en un largo paseo, a pie y al sol: una verdadera temeridad... cosas de chicas jóvenes, muy fiadas de su resistencia.
Con rudos instrumentos le abre las entrañas y busca ese principio en el hígado, en los pulmones, en el corazón, en la sangre y en los nervios. No le halla en parte alguna. Estaba en todo y como levísimo vapor se ha disipado. Así infiere que el principio de la vida es incorpóreo, es tenue; se asemeja en pequeño al gran ser que antes ha reconocido como motor o como alma del Universo.
Ambos la contemplaron largo rato en silencio con éxtasis, pendientes del levísimo soplo que hinchaba y deshinchaba aquel tierno cuerpecito. Fue un instante feliz. El conde, olvidado de sus temores, se calmó: una sonrisa de vivo placer se esparció por su fisonomía dulce y melancólica.
En cambio del disfrute de los puertos altos por las cabañas de estos Concejos, durante determinados meses del verano, pesa sobre ellos un casi imaginario y levísimo gravamen.
Los transeúntes que casualmente cruzaban lo hacían apresuradamente, arrebujados en sus capas y tapándose con el paraguas. Los faroles se habían puesto el gorro blanco de dormir, y dejaban escapar melancólica claridad. No se oía ruido alguno si no era el rumor vago y lejano de los coches, y el caer incesante de los copos como un crujido levísimo y prolongado de sedería.
Llega, por fin, a cierto gabinete cerrado, que no es otro que el célebre cuarto de la condesa. Va a levantar el pestillo, como ha hecho en otros, pero se queda inmóvil al escuchar un rumor levísimo. Aplica el oído. ¡Son ellos!
Clementina le miraba en tanto con ojos coléricos. Se puso en pie vivamente, como si la alzara un resorte: luego, refrenando su ímpetu y adquiriendo calma, avanzó lentamente hacia la alcoba, penetró en ella, recogió su sombrero de la cama y comenzó a ponérselo frente al espejillo de una cornucopia, con ademanes lentos, donde se adivinaba, sin embargo, en el levísimo temblor de las manos, la sorda irritación que la embargaba.
Esta mortificante decepción se le aparecía como un anillo más de la cadena de hechos dolorosos que iban sucediéndose desde su llegada a Val-Clavin. Una fresca brisa que bajaba de las alturas inclinaba muellemente los sembrados y movía con levísimo rumor las copas de los árboles.
La superficie de la ría estaba tersa, inmóvil y brillante, como la de un espejo: la luz proyectaba sobre ella algunas extensas manchas argentadas hacia el centro y otras obscuras en los bordes. El cielo se presentaba velado por un levísimo toldo de nubes que hacían soberbia competencia a los quitasoles y sombreros de las señoras.
La colcha de damasco sube y baja con un compás monótono que incita á dormir. La atmósfera, cada vez más encendida y sofocante, empieza á verse surcada por algunos insectos alados que zumban con tonos agudos y mareantes. El reloj hace coro, cual otro insecto, con levísimo tic tac, al zumbido de sus compañeros. Una que otra vez se oye el chasquido de las maderas de la cama ó de los armarios.
Palabra del Dia
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