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En el sillón de la izquierda se sentaba otro príncipe español, Don Jaime, quien lejos de parecer aburrido como su compañero, mostraba gran interés en cuanto le rodeaba y acogía con sonrisas y saludos á los caballeros ingleses y gascones. Cerca de ambos y sobre el mismo estrado ocupaba también un sitial más bajo el famoso Príncipe Negro, Eduardo, hijo del soberano de Inglaterra.

La reyna, á quien informáron de su arribo, vacilaba agitada de temor y esperanza; y llena de desasosiego no podia entender porque venia Zadig desarmado, ó como llevaba Itobad las armas blancas. Alzóse un confuso murmullo así que columbráron á Zadig: todos estaban pasmados y llenos de alborozo de verle; pero solamente los caballeros que habian peleado tenian derecho á presentarse en la asamblea.

El aya levantaba sus ojos profundos y los fijaba un instante en el grupo de los caballeros. Al fin, nuestro señorito decidióse á tomar una de las copas que aún quedaban sobre la mesa. Empezó á observarla escrupulosamente, dándole vueltas y más vueltas en la mano, haciéndola sonar con un golpe de uña y llevándola después al oído para escuchar sus vibraciones hasta que morían.

Entre los caballeros que seguían á Duguesclín podría citaros en este momento una veintena capaces de romper lanzas, sin desventaja, con los más brillantes paladines de Inglaterra. En tanto el pueblo, agobiado con tributos y gabelas, sufre, trabaja y calla, y vive como Dios le da á entender.

Como no tenía prisa, aceptó el convite y se acercó a ellos saludándoles con un: A la paz de Dios, caballeros. Buenas tardes, amigo le contestaron. Y se sentó en el hueco que galantemente le dejaron y se bebió de un trago la caña que Enrique le puso delante.

Su hermosura es a la vez angélica y perturbadora. Tiene del cirio el candor y la llama. Sus grandes ojos, que arden con misteriosa fiebre, van encendiendo, a pesar suyo, súbitas pasiones en el corazón de ricos y virtuosos caballeros. Su madre quiere casarla, y la obliga a ataviarse como las otras doncellas; pero Rosa pone en cada gala una oculta mortificación.

De modo que no sería extraño que alguno de aquellos antiguos caballeros, que no por ir en el traje de la inocencia dejaba de serlo, quedase chato de cráneo, merced á algún golpe de maza, y en tal estado, se levantase un día con más presión en el cráneo que de ordinario, imitando á la celeste princesa, si bien en opuestos extremos.

Se comunicaban las noticias del oficio. En Villalba pagaban el millar mejor que en Madrid. Algunos habían pedido trabajo y querían emprender el viaje tan pronto como comenzase el buen tiempo... Pero sus perros, que les olisqueaban las manos y se frotaban contra sus piernas, impacientes por emprender la marcha, les hacían fijarse en el presente y prorrumpir en lamentaciones. ¡Qué vida, caballeros!

También el oso que en pie Acomete al cazador Con tan estraño furor, Que muchas veces se ve Dar con el hombre en el suelo. Pero la caza ordinaria Es humilde cuanto varia, Para no tentar al cielo; Es digna de caballeros Y príncipes, porque encierra Los preceptos de la guerra Y ejercita los aceros Y la persona habilita.

Pero Dios mirará por su pueblo, y deparará alguno que, si no tan bravo como los pasados andantes caballeros, a lo menos no les será inferior en el ánimo; y Dios me entiende, y no digo más. ¡Ay! -dijo a este punto la sobrina-; ¡que me maten si no quiere mi señor volver a ser caballero andante!