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Como el estanciero le seguía apuntando con el revólver y la expresión de su rostro no permitía duda sobre la posibilidad del cumplimiento de sus amenazas, el gaucho no osó echar mano á sus armas. Estaba seguro de recibir un balazo apenas intentase un movimiento agresivo. Después de mirarle con ojos rencorosos, se limitó á decir: Volveremos á encontrarnos, patrón, y hablaremos más despacito.

Quiso, empero, el cielo recibir la oferta y no la ejecución del sacrificio, porque aquel bárbaro, atónito y lleno de confusión, al ver tanto aliento, no osó pasar más adelante.

Cuando estaba en Cambridge de estudiante, tenía en su casa un oso y varios perros de presa, y cada día contaban de él una historia escandalosa: aquél era sin embargo el niño sensible que a los doce años había celebrado en versos sentidos a una prima suya. Leía con afán todos los libros de literatura, y a los dieciocho años publicó para sus amigos su primer libro de versos: Horas de Ocio.

Por la canal del N son favorables, pues esta corre con la boca del rio ENE y OSO; y en esta inteligencia, los que mas detenian las embarcaciones antes que se descubriese, son ahora los mas favorables.

Y como el Magistral arrugase el ceño, Peláez mudó de conversación y habló con falso aturdimiento de las últimas elecciones y hasta aludió a las hazañas de cierto cura de la montaña que conocía él, que había metido el resuello en el cuerpo a una pareja de la guardia civil. Contracayes sonrió como un oso que supiera hacerlo.

En el viaje que hicieron desde Valencia a Lancia, la esposa se mostró tan fría, tan circunspecta y tan cortés al mismo tiempo, que D. Pedro no osó reclamar ninguno de sus derechos. En Lancia, ya sabemos por la voz pública, digna de creerse en este caso, lo que pasó. La negativa persistente, los desprecios infinitos con que le regaló por mucho tiempo, lejos de enfriarle, encendieron más su pasión.

Era tan falsa, que tocaba en los lindes de lo ridículo. A solas consigo misma solía confesárselo. "La verdad es que, bien mirado, yo le estoy haciendo el oso a ese muchacho. Parezco una dama de la isla de San Balandrán."

Poco a poco los vestidos fueron pasando de la cómoda a la cocina, por conducto de las prenderas. Últimamente, en un triste y húmedo día de octubre, se comieron el sombrero de paja de Italia. ¡Era el último plato! Capítulo IX La caricia del oso

Creo que se dio cuenta de la admiración que excitaba, por lo menos la de Yuba-Bill no podía dejar de observarla; pero su misma franqueza estableció una perfecta igualdad entre todos, cruel y humillante para los miembros más jóvenes de nuestra compañía. La escena del oso nada añadió a favor de Magdalena en la opinión de las personas de su sexo que estaban presentes.

Una, que estaba más pálida que las otras, avanzó y exclamó con trabajo: ¡Qué miedo! ¡Madre mía, qué miedo! Creí que me moría... porque mire usted, el oso... ¡el oso era horrible! En tal estado de sobresalto se hallaba, que no pudo articular más que palabras incoherentes. Entonces la resuelta Consuelo avanzó a su vez y dijo con voz firme: Verá usted, Manín.