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Unos la juzgaban de un modo y otros de otro; pero en general María excitaba vivas simpatías, y en mucha gente, sobre todo entre la plebe, ejercía cierta fascinación, como todo lo que es extraordinario y hasta cierto punto maravilloso. Pasaba por una santa.

El señor de Avrigny se excitaba, más y más con sus propias palabras y paseábase por la estancia visiblemente agitado, sin mirar a su hija, que temblaba como la hoja en el árbol, ni a Amaury que le escuchaba de pie y frunciendo el entrecejo.

El buen Segismundo se esforzaba en tranquilizarla sobre este particular, y habiendo observado que el recuerdo de otras personas excitaba y encendía su ánimo favorablemente, le habló de doña Guillermina y de su hermosa vida. «¿Sabe lo que me dijo al salir?

La sangre de su padre, que hervía en sus venas, le despertaba la cólera y le excitaba a ahorcar los hábitos, como al principio le aconsejaban en el lugar, y dar luego su merecido al señor conde; pero todo el porvenir que se había creado se deshacía al punto, y veía al deán, que renegaba de él; y hasta el Papa, que había enviado ya la dispensa pontificia para que se ordenase antes de la edad, y el prelado diocesano, que había apoyado la solicitud de la dispensa en su probada virtud, ciencia sólida y firmeza de vocación, se le aparecían para reconvenirle.

Don Damián había hecho, es cierto, un gran caudal: esto es lo que veía toda la población de la comarca y lo que excitaba más y más en los jóvenes el deseo de emigrar; pero en lo que se fijaban muy pocos, si es que alguno pensó en ello, era en que don Damián se hizo rico á costa de veinte años de un trabajo constante; que en todo ese tiempo no dejó un sólo día, una sola hora, de ser hombre de bien, ni de cumplir, por consiguiente, con todos los deberes que se le imponían en las dificilísimas circunstancias por que atravesó.

La venida de éste no podía ya tardar mucho, y Poldy se moría de impaciencia por verle vivo y no pintado, en cuerpo y alma y no en imagen. Lo que excitaba su curiosidad y le cosquilleaba suavemente las telas del cerebro era la condición de Padmini, que el joven indio le concedía.

Todos la conocían en Torresalinas y no hablaban de ella sin sonreir y guiñar un ojo, como si les recordase algo que excitaba malicioso regocijo. Una mañana, á la sombra de la barca abandonada, cuando el mar hervía bajo el sol y parecía un cielo de noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me contó la historia.

Todo volvió a quedar tranquilo. La pobre Carbonera lloraba en un rincón, poniéndose el pañuelo sobre la parte dolorida. Estaba de Dios que aquella tarde la habían de perseguir. Empezaba a sentirme mareado. La lengua me había engordado sensiblemente. Noté que algo de lo que decía excitaba la risa de mi amiga la Serrana, quien me ofrecía a cada instante cañas y más cañas.

El matrimonio se verificó la mañana siguiente, en la capilla de los Reyes; una numerosa multitud compacta había acudido a la ceremonia, porque se dijo que Sus Majestades honrarían con su presencia el acto nupcial que debía celebrarse por el cardenal confesor del Rey; pero lo que excitaba más la curiosidad pública era que se daba por seguro que cantaría Farinelli.

Su afán de saber se despertó como nunca, comparándose con el Padre y notando cuán ignorante ella era: y, aunque el Padre no hacía ostentación de su ciencia, ella le excitaba a que hablase, con mil preguntas, a las que el Padre, por más que por modestia lo repugnara, tenía al fin que responder.