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¡Huy! ¡Huy! exclamaba Juanita . ¿Está dejado vuecencia de la mano de Dios? Pues sería curioso que entrase a jugar al tute con mi mamá, que aún está despierta con ansia. ¿Cómo puede querer vuecencia, en Jugar de hacer con doña Inés una partida de tresillo, hacerle conmigo una partida serrana? ¡Válgame Santo Domingo, nuestro patrono! Yo no me lo perdonaría.

Con la venia de zu mercé contestó la serrana , me queo un ratico : jasta el otro espanto. ¿Cuál? El mayó que me ha e zu mercé. ¿Luego te parece poco lo que estás viendo? Psch... Asín, asín. Vamos, Nieves, es cosa de matarla de veras.

Quiso llorar; pero su tío Primo recogió del suelo las dos monedas de oro y se las entregó, con lo cual, y con un poco de agua y vinagre con que la lavó su amiga la Serrana, apaciguose lindamente. No si me asustó más la barbarie o la prodigidad de aquel bruto.

Otra, Matilde la Serrana: era morena y regordeta, y tenía el tipo común de las sevillanas. La tercera se llamaba lisamente Lola, una mujer obesa, con seno monstruoso, que inspiraba repugnancia, y manos amorcilladas, cubiertas de sortijas de poco valor. Las tres vestían el traje de percal y el pañolón de Manila, común a las jóvenes del pueblo, y ostentaban flores en los cabellos.

Avanzó hasta el medio de la calle y despojándose de la montera y agitándola en la mano como si fuese á brindar la muerte de un toro profirió dirigiéndose á Demetria: Bendita sea tu sandunga, chiquita, y el cura que te puso la sal y la comadre que te cantó el ro ro y hasta el primero que te dijo ¡por ahí te pudras, serrana! ¡Bendito sea tu salero y esos negros bozales que tienes en la cara que cuando los veo me hace pío pío el alma como si tuviese escondido un ruiseñor aquí dentro!

Esto es: que habiéndome criado en la llaneza de esta humilde casería, ir a palacio es cosa que podía causarme aún mayor tristeza que la que tengo. Comp. Vélez de Guevara, La Serrana de la Vera, 1589-1601. Teatro antiguo español, I. "con amor", Parte XXI. "can Amor" en la Suelta citada, 1741.

Al pasar cerca de , me puso el sombrero y dijo sordamente: Grasia, senificante. Volvió de nuevo al centro del corro, y volvieron los movimientos a pie firme. Lola y la Serrana seguían cantando nuevas coplas, todas referentes a toreros más o menos difuntos. Los barbianes jaleaban a la bailaora, prodigándole mil epítetos extravagantes.

Y, observando que su burla oscurecía el rostro de la joven, añadió tomándole una mano y acariciándola: No hagas caso, serrana; anunciaba, , mi matrimonio, pero era contigo... ¡contigo, morena, que tienes unas pestañas que se clavan en el alma como alfileres! ¡Quita allá, falso! ¡No gastes guasa! replicó ella dándole un leve empujón.

¿Cómo que Dios me guíe? Ya me ha guiado hacia ti, serrana, y estoy contento. No: se lo decía á una estrella corrida. ¡Ah! ¿Cuentas las estrellas del cielo? dijo el guapo. Pues ten cuidado, porque tantas como cuentes te saldrán de arrugas en la cara... Pero no te importe, niña, que cuando eso suceda yo no podré ya con la fe de bautismo en papeles y tendrás que sacarme en una espuerta al sol.

«Vaya, todo eso es cuento... ¿Piensas que me voy a creer esas bolas?... ¡Como no se acuerde él de ...!, ni falta. lo has de ver. ¡Ay qué chico! Da pena verle... loquito por ti... y arrepentido de la partida serrana que te jugó. Si la pudiera reparar, la repararía. Créetelo porque yo te lo digo. Lo mismo fue verla Mauricia que echarle los tiempos del modo más despótico.