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Paula reía también pasando y repasando sus manos por la cabeza de la criatura. Cuando haga falta un perulero para el aceite, ya sabéis dónde lo habéis de hallar prosiguió Concha. Disipada la lástima, adivinando que la chiquita había caído en desgracia, las criadas se entregaban a la alegría cambiando bromas sin gracia, pero que las hacían reír perdidamente.

Se trajo la guitarra, y el clérigo comenzó a cantar hondo y gorgoriteado por lo flamenco una copla, que si mal no recuerdo decía así: Eres como la avellana, chiquita y llena de carne, chiquita y apañadita como te quiere tu amante. D. Alejandro era alpujarreño, y a decir verdad, cantó ésta y otras coplas por el estilo infinitamente mejor que el Spirto gentile.

A las diez o poco más comía la chiquita su sopa y era la risa del mundo verla con el hocico embadurnado de puches, empeñada en coger la cuchara y sin acertar a lograrlo. ¡Estaría tan mona! Resolvió bajar; al día siguiente le sería fácil colocar mejor su sombrero y resolver la marcha. Por veinticuatro horas más o menos....

Porque la pérdida de su mano no reparaba su error respondíale, que por ello Pórsena no quedaba ni más ni menos vivo, ni resucitaba el secretario. Bien, chiquita; pero Pórsena se asustó y levantó el sitio inmediatamente. Eso, señor cura, no prueba sino que Pórsena era un mandria. Concedido. Pero Roma quedaba libre, y ¿gracias a quién? ¡gracias a Scévola, gracias a su acto heroico!

Te he querido de chiquita, cuando te hacía bailar sobre las rodillas y gorjeabas á mi oído pidiéndome alguna golosina: te he visto crecer y desarrollarte y volverte poco á poco una real hembra que hacía la boca agua á toos los gachós de la villa.

Teneis razon, replicó el primer eunuco. Es una perra fina muy chiquita, continuó Zadig, que ha parido poco ha, coxa del pié izquierdo delantero, y que tiene las orejas muy largas. ¿Con que la habeis visto? dixo el primer eunuco fuera de . No por cierto, respondió Zadig; ni la he visto, ni sabia que la reyna tuviese perra ninguna.

Pues abrirle la cabeza a D. Basilio y sacarle toda la paja que hay dentro para venderla». Y don Basilio, que tenía ciertas marrullerías de asno viejo, sacaba partido de su fisonomía engañosa y de aquel aire de hombre conspicuo que le daban su calva de calabaza, su frente abovedada, sus anteojos y su nariz chiquita y prismática.

Despacharon, pues, allá algunos Boxos y Chiquitos, que en pocos días llegaron á las tierras de los Quíes, que aunque no hicieron resistencia, no obstante, no se fiaron ni dieron crédito á las caricias y cortesías de los nuestros; antes bien les dieron en cara con el estrago que en ellos habían hecho con sus armas los años pasados, de que aún conservaban muchos las señales y cicatrices; con todo eso, se llevaron consigo los neófitos á unos dos muchachos, para que aprendida la lengua Chiquita, fuesen después intérpretes.

Por delante, recogido el pelo, dejaba ver la tersa frente, recta y chiquita, y sobre las sienes tenía grandes rizos sostenidos con horquillas que llaman por allí caracoles, por debajo de los cuales había una suave patillita, que no fijaba contra la cara con zaragatona o pepitas de membrillo, como hacen otras muchachas, sino que dejaba flotar libremente en vagas sortijas o más bien alcayatas donde colgar corazones.

Brackett, el viejo carcelero, que se sonríe conmigo y me saluda. ¿Por qué lo hace, madre? Se acuerda cuando eras muy chiquita, hija mía, respondió Ester. Ese viejo horrible, negro y feo, no debe sonreirme ni saludarme, dijo Perla. Que lo haga contigo, si quiere, porque estás vestida de color obscuro y llevas la letra escarlata.