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Á esto se reducía todo mi comercio literario, y debo confesar que era más que suficiente para satisfacción de mis necesidades intelectuales. Pero aunque hacía tiempo que no trataba de que mi nombre recorriese el mundo impreso en el frontis de un libro, ni me importaba, no podía sin embargo menos de sonreirme al pensar que tenía entonces otra clase de boga.

Brackett, el viejo carcelero, que se sonríe conmigo y me saluda. ¿Por qué lo hace, madre? Se acuerda cuando eras muy chiquita, hija mía, respondió Ester. Ese viejo horrible, negro y feo, no debe sonreirme ni saludarme, dijo Perla. Que lo haga contigo, si quiere, porque estás vestida de color obscuro y llevas la letra escarlata.

Después, sentándola sobre sus rodillas, le dijo: Mira, Luisa; hace ahora doce años que te encontré un día en medio de la nieve; ¡estabas completamente amoratada, pobre niña! Y cuando estuvimos en la barraca, cerca de un gran fuego, y poco a poco fuiste volviendo, lo primero que hiciste fue sonreírme. Desde entonces no he tenido otra voluntad que la tuya.

En tanto pensaba, a parte, que si me hubiera tocado ser su marido, la hubiese puesto a asar en el horno para zafarme de ella. Había tocado la cuerda sensible, porque Susana dignose sonreírme. Todos tenemos nuestra primavera, señorita. Susana proseguí yo, aprovechando aquella repentina blandura para llegar más rápidamente a mi objeto, tengo ganas de hacerte una pregunta...

Parece que hoy no está usted con muy buen humor observé, sin poder dejar de sonreírme. No, no lo estoy confesó. La señora Percival está haciéndose muy pesada. Deseo ir esta tarde a Mayvill, y ella no me quiere dejar ir sola. ¿Por qué desea, con tanto empeño, ir sola? Se sonrojó ligeramente, y por un momento pareció desconcertada.

Pues todo queda arreglado. Lee. Sacó del bolsillo una carta y me la dio. Principié a leerla. A cada palabra, una falta de ortografía. No dejé de sonreirme. ¿De qué te ríes muchacho? ¡Ah! Ya me lo imagino.... De los disparates de Castro. Pues no te rías. Castro Pérez es un hombre muy instruido. Lo será; pero no sabe una palabra de.... ¡Hijo! ¡Defectos de la educación antigua!

Sin embargo, todavía puedo servirte de guía por estos rumbos, nuevos para y sobre todo en Burdeos, cuyas casas conozco una por una, tan bien como conoce el fraile las cuentas de su rosario. Demasiado me conocéis también á , Simón, para creer que pueda yo menospreciar á un amigo como vos porque la fortuna parece sonreirme, contestó el doncel poniendo una mano sobre el hombro del veterano.

El día, agonizante, suspiraba quizá por la luz pura que, al sonreirme amante, derramaba en mi pecho palpitante de tu mirada intensa la ternura... ¡Perdóname, bien mío! Todo, menos tu faz y mi alegría, tornábase sombrío: calló la alondra, adormecióse el río, bajó al abismo el sol, expiró el día...

Las solteronas te hacen perder la cabeza, pobre hija mía... Vamos, despáchate. Voy a ponerme el sombrero y te espero en el salón. En diez minutos hice el milagro de estar compuesta y acicalada. La abuela, satisfecha, se dignó sonreírme con una benevolencia en la que entraba un poco de inocente admiración.

Al repasar las páginas del librillo de mi vida me pareció que iba yo recorriendo larguísima y desolada calle, entre dos hileras de tumbas que aquí y allá blanqueaban a la sombra de los sauces y de los cipreses. La felicidad y bienestar de mi familia en tiempos mejores vino a sonreirme, a lastimar con sus alegres memorias mi dolorido corazón. Antes abundancia, respetos, halagos, lisonjas.