United States or India ? Vote for the TOP Country of the Week !


Al contar mis últimas impresiones sobre mi asunto favorito, hablé del deseo de saber lo que piensan los hombres que no se casan. ¿Para qué? preguntó la de Ribert un poco asombrada. Para comprender sus motivos de celibato. Puesto que hay solteronas recalcitrantes que lo son a pesar suyo, tendría curiosidad de saber los motivos que alegan esos caballeros para despreciarlas de ese modo.

La desgracia eleva a las almas hermosas y no abate más que a los caracteres débiles. Conozco solteronas para quienes la vida ha sido muy dura, y son mujeres casi perfectas.

Para complacer a la abuela, me siento muy capaz de decir , y aceptar la entrevista. Para complacerme a misma, me siento igualmente capaz de gritar no, y no aceptar nada. Cambio de opinión cada cinco minutos, lo que no es para llegar a una solución. Los estudios que he hecho en estos últimos tiempos sobre las solteronas, unidos a la intervención del padre Tomás, me ilustran asombrosamente.

¡Cómo, Magdalena! vaya un modo de abandonar a las solteronas me dijo en cuanto se calmó un poco la emoción de una entrada tan bien combinada y no bien se hubo sentado en la silla que le indicó la abuela. Esto es una traición. No, señor cura respondí alegremente. Continúo mis estudios, con permiso de la abuela.

En Vetusta no le quedaba más que su palacio que habitaban, sin pagar renta, las solteronas.

Pues bien, señora, para complacer a usted, quiero recordar a Magdalena el respeto que debe a esos cabellos blancos prosiguió el cura con su franca sonrisa. Pero no puedo desmentirla por completo en cuanto a lo demás... ¡Imposible! exclamó la abuela. No va usted a decirme que es el cristianismo el que ha hecho las solteronas... No, no... Eso es una herejía...

Me sonreí ligeramente ante esta sospecha, cómica a fuerza de inverosimilitud, y eché una mirada a la abuela para ver si se daba cuenta ella también de que era pagana sin saberlo. Pero vi que afectaba una expresión un poco incrédula. La gracia no la había tocado y seguía en sus errores acerca de las solteronas.

Son dos hermanas solteronas, que en su mocedad fueron ricas y que han venido a menos.

Al ventilar semejante negocio, el tipo de la trotaconventos de salón, que sólo se diferencia de las otras en que no hace ruido, asomaba a la figura de aquellas solteronas, como anuncio de vejez de bruja; la chimenea arrojaba a la pared las sombras contrahechas de aquellas señoritas, y los movimientos de la llama y los gestos de ellas producían en la sombra un embrión de aquelarre.

Al salir de la Catedral, la voz de Francisca Dumais me interpeló: Magdalena, ahí tienes un sermón de tu cuerda. A una amiga de las solteronas le gusta que se ocupen de ellas. ¿Por qué no? respondí alegremente. ¿Y ? Eso no va conmigo dijo Francisca con una mueca de infinito desdén.