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Actualizado: 14 de septiembre de 2024
Este, por su parte, tenía fija una mirada atónita, ardiente, asombrada en la condesa. Nunca la había visto, ni aun la había soñado tan hermosa. Y era porque todo se combinaba aquella noche en la condesa para aumentar su hermosura.
Telva, asombrada, la siguió unos instantes con la vista: luego se encaminó hacia el pueblo atormentada por la curiosidad. Justamente cuando pasaba por delante de la casa del tío Goro salía éste y su esposa acompañando á una señora. Telva se dirigió resueltamente á ellos y los saludó. ¿Han tenido ustedes alguna desgracia, tía Felicia? preguntó viendo á ésta con los ojos hinchados de llorar.
Alto, guapo... Ni viejo, ni joven. Así es afirmó Benina, asombrada de la coincidencia . ¿Pero no dejó tarjeta? No, porque se le había olvidado la cartera. ¿Y preguntó por mí? No. Sólo dijo que deseaba verme para un asunto de sumo interés. En ese caso, volverá. No muy pronto. Dijo que esta tarde tenía que irse a Guadalajara. Tú habrás oído hablar de ese viaje.
La niña se levantó a su vez de la silla, fuese a la rinconera donde estaba el santo, y tomó de ella un librito que tenía por registro la hoja seca de una flor. Desplegó aquella página señalada, y, con voz lenta y dulce, leyó a la asombrada mujer: «Dadme, Señor, a comer el pan de mis lágrimas y a beber con abundancia el agua de mis lloros....»
Cuando se aproximó a ellos les dio los buenos días. Visita inmediatamente trabó conversación con ella y se enteró de su tarea. Los guardas le dejaban cortar cardillos: los que en algunas horas podía recoger los llevaba a la mañana siguiente a la plaza. Visita le preguntó cuánto solían valerle. Un día con otro treinta céntimos. ¡Treinta céntimos! exclamó asombrada.
Con frecuencia, su larga y única calle quedábase asombrada por la importación de las modas de San Francisco, traídas expresamente para estas primeras familias; esto hacía que la ultrajada naturaleza, en el miserable lodazal de su surcada superficie, pareciese más fea aún, humillando de este modo a la mayoría de la población para la que el domingo trajo solamente la necesidad de limpieza, con una muda de ropa y sin el lujo del adorno.
Parecía abstraído, y de pronto hizo un gesto de asombro y de inquietud, como si acabase de descubrir una temible verdad. Volvió la espalda á Sebastiana y anduvo velozmente hacia el sitio de donde había venido. Quedó asombrada la mestiza viendo correr al ingeniero, cada vez más apresuradamente, como si sus palabras le hiciesen temer que podía llegar tarde.
Yo me eché entonces a reír, la escarnecí: ¡La persona que quiere morir no lo dice!... ¡Bien desempeñas tu papel!... Todavía creo ver su mirada asombrada. ¿No me cree usted? ¿No cree cuando ya me he despedido de la única persona que me llorará sinceramente?... ¿De él?... exclamé.
Miró asombrada en torno. Aquello no podía quedar así; ¡el niño en la cama y todo desarreglado! Había que acicalar al albat para su último viaje, vestirle de blanco, puro y resplandeciente como el alba, de la que llevaba el nombre.
Pareciole demasiado crudo el concepto a Verónica, a juzgar por la cara que puso, y dijo, con miedo de escuchar algo peor: De manera que, para complemento de la teoría, es también de necesidad algo de matrimonio. Indispensable, Nica. ¡Como que es... la patente de corso! ¡Jesús, qué chica ésta! exclamó Verónica, verdaderamente asombrada.
Palabra del Dia
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