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Una tarde venía por bajo los sauces de Palermo el sargento Gómez, cuando de repente se topó con un ladrón, conocido por el apodo de Silvita que, acompañando a un individuo que respiraba honradez por todos sus poros, se ocupaba en contar los árboles del bosque.

Y de lejos, por entre el ramaje, arrastrándose sobre las verdes olas de los campos, contestaban los ecos del vals que iba acompañando al pobre albaet hacia la eternidad, balanceándose en su barquilla blanca galoneada de oro.

Se tuteaban como dos buenos camaradas; sonreían con la franqueza de la juventud, sin mirar en torno de ellos, pero alegrándose al pensar que muchos ojos estaban fijos en sus personas. Ella hablaba manoteando, amenazándolo con sus uñas sonrosadas cada vez que le decía algo fuerte; acompañando sus risas con un taconeo infantil cuando elogiaba su hermosura.

Ni la carcajada de Lola, ni la sonrisa burlona de las otras damas consiguieron extinguir la emoción gratísima que el vivo interés de su amada le hizo experimentar. Ramoncito Maldonado se hallaba en el otro coche acompañando a Esperancita, a su madre y a otras damas y damiselas a quienes tenía el decidido propósito de encantar con su plática.

Lowe con toda la autoridad que le confería su estatura de dos metros, al piano del comedor de los niños, donde la señora viuda de Moruzaga hacía memoria de sus habilidades de soltera acompañando con un trémolo dramático los versos franceses recitados por una de sus hijas.

Sus labios temblaban en ciertos instantes con una agitación que parecía reflejar otros estremecimientos inferiores y ocultos. Las manos se hacían ganchudas, acompañando con movimientos agresivos las vibraciones de una voz aguda y cortante. Casi todos los días las vecinas de media calle se peleaban con el resto de la calle, las de medio pueblo contra el resto del pueblo.

»Asaltáronle luego pensamientos más graves y rogó a su padre que llamase al cura párroco de Ville d'Avray que le administró la primera comunión, y al cual, según dijo, vería con mucho gusto. Entonces el doctor se trasladó a su despacho para escribir al cura y yo quedó acompañando a mi amada. »¡Oh! ¡Qué tristeza causa todo esto, Dios mío! Hay momentos en que se desea la muerte más que la vida.

Pues yo soy hijo de D. Pedro Miquis. ¿No se acuerda usted tampoco de mi hermano Alejandro? ¿No se acuerda de que algunas veces, por vacaciones, íbamos acompañando a mi padre?... Pues hace cinco años que estoy aquí estudiando Medicina. ¿Y cómo está su señor tío? ¿Hace mucho que ha dejado usted aquel célebre Tomelloso?...».

Partió esta mañana, y está muy lejos... ¡muy lejos! dijo la lady . Es posible que jamás vuelvan á verse... Yo le escribiré que usted la perdona, y esto le proporcionará la tranquilidad que necesita en su nueva existencia. El príncipe la fué acompañando hacia la salida de sus jardines. Durante el camino volvió á lamentarse.

Únicamente sonreía cuando su mirada se encontraba con la de Rafael, que la escuchaba en éxtasis, acompañando con débil palmoteo el rasguear melancólico de la guitarra del señor Fermín. ¡Oh, la voz de María de la Luz!