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Actualizado: 20 de junio de 2025


La alegre embriaguez de Maltrana hacíale contemplar a Feli con ojos amorosos. ¡Qué hermosa la veía en el desorden del sueño, con el pelo alborotado y las mejillas sonrosadas, mostrando su pecho de suave palidez de camelia por entre las modestas puntillas de la camisa, cruzando tras la cabeza el marfil de sus redondos brazos! Era la musa de la juventud.

Aún se reía el público disimuladamente del tenor suprasensible, cuando la atención general tuvo que volverse a contemplar la hermosura de Serafina, que con la mirada humilde, exhalando modestia, además de muy buenos y delicados olores, llegaba, vestida de negro, con gran cola, enseñando los blanquísimos hombros y las primorosas curvas del seno, al pie de la plataforma, donde el presidente del Casino la aguardaba para darle el brazo, subir con ella las dos gradas que la separaban del piano, y dejarla, previa una gran inclinación de cabeza, junto a Minghetti, que, de frac y corbata de etiqueta, paseaba los blancos dedos, de uñas sonrosadas, por el amarillento teclado, haciendo prodigios de elegante habilidad por aquellas octavas adelante.

Las mujeres que estaban de pie cerca de la puerta de la cárcel en aquella hermosa mañana de verano, mostraban rollizas y sonrosadas mejillas, cuerpos robustos y bien desarrollados con anchas espaldas; mientras que el lenguaje que empleaban las matronas tenía una rotundidad y desenfado que en nuestros tiempos nos llenaría de sorpresa, tanto por el vigor de las expresiones cuanto por el volumen de la voz.

Se conoce que cuida mucho sus manos y que tal vez pone alguna vanidad en tenerlas muy blancas y bonitas, con unas uñas lustrosas y sonrosadas, pero si tiene esta vanidad, es disculpable en la flaqueza humana, y al fin, si yo no estoy trascordado, creo que Santa Teresa tuvo la misma vanidad cuando era joven, lo cual no le impidió ser una santa tan grande.

Ello es que enjugué mis lágrimas, bajé la cabeza con lentitud y suavidad, y sin rozar apenas con los labios, besé sus mejillas sonrosadas. »Por fortuna se realizó en la reacción. El ultraje recibido se ofreció a mi espíritu. Me llené de rubor. Tuve vergüenza; tuve asco de mi flaqueza. »La idea de matar a Beatriz me solicitó de nuevo la voluntad indecisa. Empuñé el hierro nuevamente.

Y junto a ellos, y haciendo contraste, las muchachas del pueblo con su fisonomía dulce, sus mejillas sonrosadas y su traje pintoresco; y los niños con su semblante alegre, sus carrillos hinchados para tocar los pitos, o sus bracitos agitados tocando los panderos; todo aquello me pareció un sueño de Navidad.

Además, sobre la cabecera del lecho había pegado a la pared con pan mascado una estampa de un San José muy bonito, con el pelo rizado a fuego lento, las mejillas sonrosadas y sosteniendo sobre la palma de una mano un niño en pie, como si le enseñase a hacer títeres, mientras enarbolaba en la otra un palo con más flores que moño de sevillana.

Permanece triste y sombrío el bosque hasta la primavera, cuando las primeras flores se abren junto á los charcos de nieve derretida, cuando las sonrosadas yemas irradian sobre todo el ramaje como una vaga luz auroral. Más sombría y de más terrible apariencia es la selva de abetos que crece á la misma altura que las hayas en la vertiente de la montaña, pero con diferente expansión.

Se marcó á lo lejos, en el redondel de sus gemelos, el extremo de un palo negro y derecho que cortaba las aguas, sonrosadas por el alba, dejando un rastro de espuma. ¡Submarino! gritó el capitán. Tòni no dijo nada, pero apartando de un zarpazo al timonel, agarró la rueda, dando al buque otra dirección. El movimiento fué oportuno.

El señor Hellinger llevaba toda la barba, bien cuidada y blanca como la nieve; sus facciones regulares y todavía jóvenes, sus mejillas sonrosadas, respiraban la bondad y el gozo de vivir. Cómodamente extendido en su sillón azul floreado, con la bata recogida sobre las rodillas, parecía esperar con una resignación apacible lo que el destino, bajo la forma de su mujer, le reservaba para ese día.

Palabra del Dia

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