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A la violencia sublevada de mis ilusiones sucedía una especie de triste resignación que embotaba y como insensibilizaba mi sufrimiento. Algunas veces, mientras tanto había visto pesar sobre la mirada de Luciana sin que expresase ni despecho ni pena, y , solamente, una especie de extrañeza.

¿Y para la que no acepta la resignación?... Para esa no hay más que la rebelión añadí convencida. Las honradas faltarán al honor haciendo traición a quien puedan... Las otras caerán más bajo todavía... Es triste continué, pues si la sociedad no protege a sus individuos, se protegerán ellos mismos y volverá a empezar la lucha cuerpo a cuerpo, con la traición además...

El aya estaba sentada en su cuarto con la cabeza baja y los ojos cerrados. De cuando en cuando, su pecho se alzaba y dejaba escapar un triste suspiro. Por fin irguió lentamente la cabeza y dirigió una mirada extraviada al espacio. Una triste sonrisa vagó por sus labios; la expresión de su rostro era mezcla de sufrimiento, resignación y desprecio. Muy luego, sus sentimientos tomaron otra dirección.

Poco a poco el hermoso encarnado de sus mejillas desapareció; sus grandes ojos, abiertos cuan grandes eran, quedaron como amortiguados y entontecidos, y sin que un movimiento ni una queja denunciase lo que padecían, el sufrimiento comprimido se pintó en sus rostros asombrados y marchitos. Nadie reparó en este tormento silencioso, en esta suave y dolorosa resignación.

Era el medio menos natural que pudiera elegir, pues el renunciamiento, la muda resignación, no eran su fuerte. Y luego, un destino cruel ha querido que, a pesar de su gran inteligencia, de su enérgica voluntad, se viera arrastrada a una falta, que es la más común y la más cobarde del mundo, una falta que he leído en un número infinito de rostros cuando he sido llamado a atender enfermos graves.

¡Y con qué resignación llevaba su mal, y qué bien se preparó para la muerte, mirándola como una sentencia de Dios, contra la cual no debe haber protesta, sino más bien una conformidad alegre! ¡Pobre Rafael, qué pedazo de ángel!... ¡Ay!... Yo no vivía ya en Ronda, porque tenía intereses en mi pueblo que me obligaron a fijar mi residencia en Madrid.

Quedó aquél asustado y confuso ante tan arrebatada determinación. No se le ocultaba que la joven tenía razones poderosas para desobedecer la autoridad de su padre, y si se quiere para huirla. Pero el caso era muy grave. Desde luego trató de disuadirla aconsejándole calma y resignación.

El dolor nos hace místicos continuó . Lo que yo siento es no poder serlo como lo son otros. Rezo, y la resignación no viene á ayudarme.

Más que por hacerla daño, la pegaba para satisfacer su orgullo; quizá hallando también cierta voluptuosidad en ello. De todos modos, no dejaba de ser curioso y extraño ver á aquella mujer, alta, fornida y arrogante, sufrir con resignación los golpes de un sujeto tan exiguo. Porque Velázquez era valiente, y lo había demostrado en varias ocasiones; pero siempre con la navaja.

Una lucha á aquella serie no interrumpida de vejaciones y de infamias, sufridas por su enemigo con la paciencia inalterable de un hombre que se da cuenta del peligro de que ha escapado y que se dice: "Habiendo evitado tal desdicha, puedo soportarlo todo con resignación." ¡Al fin, la señorita Guichard le permitía vivir!