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En pie se pusieron todos. ¡Tuyo no es nada! contestó el primo Sebastián, que adelantó un paso hacia Bonis, ofreciendo a la consideración de los presentes su fornida musculatura, su corpachón que parecía una fortaleza. Marta, sin pensar en lo que hacía, le apoyó una mano sobre el hombro, como animándole al combate. Se conoce que confiaba más en la pujanza del primo que en la del tío, su futuro.

¡Allá él, D. Isidoro, allá él! Saltó en el bote nuestro joven, y fue conducido prontamente a la orilla. Úrsula era una zagala fornida, pobremente trajeada y con unos colores tan vivos en el rostro, que sorprendieron a Miguel: más adelante averiguó que bebía mucho aguardiente. Amarró el bote y condujo a su pasajero por unas toscas escaleras de piedra hasta la calle.

Más que por hacerla daño, la pegaba para satisfacer su orgullo; quizá hallando también cierta voluptuosidad en ello. De todos modos, no dejaba de ser curioso y extraño ver á aquella mujer, alta, fornida y arrogante, sufrir con resignación los golpes de un sujeto tan exiguo. Porque Velázquez era valiente, y lo había demostrado en varias ocasiones; pero siempre con la navaja.

A las dos formas de gobierno que por entonces contendían en España, se las representaba el auditorio de Amparo tal como las veía en las caricaturas de los periódicos satíricos: la Monarquía era una vieja carrancuda, arrugada como una pasa, con nariz de pico de loro, manto de púrpura muy estropeado, cetro teñido en sangre, y rodeada de bayonetas, cadenas, mordazas e instrumentos de suplicio; la República, una moza sana y fornida, con túnica blanca, flamante gorro frigio, y al brazo izquierdo el clásico cuerno de la abundancia, del cual se escapaba una cascada de ferro-carriles, vapores, atributos de las artes y las ciencias, todo gratamente revuelto con monedas y flores.

Puso un anzuelo nuevo; un enorme gancho, en el que ensartó varios roveles, y sin soltar el timón agarró un agudo bichero. ¡Flojo golpe iba a soltarle a aquella bestia estúpida y fornida como se pusiera a su alcance! El aparejo pendía de la popa casi recto. La barca volvió a estremecerse, pero esta vez de un modo terrible.

A un lado se extiende una hilada de soportales; al otro se destaca, recia, la iglesia de sillares rojizos, con su fornida y cuadrilátera torre achatada, y enfrente, en la ringla de casas de dos pisos, corta la blanca fachada, de punta a punta, todo a lo largo, un balcón de madera negruzca, sostenido por gruesas ménsulas talladas, y encima, en el piso segundo, se destaca, salediza, una vetusta galería.

La puerta del palacio era pequeña, De cobre, pero fuerte y muy fornida: El quicio puesto, y firme en dura peña, Con fuertes edificios guarnecida. Seguro que del pelo y de la greña, Del viejo del portero, que es crecida, Pudieramos hacer un gran cabestro: Oid pues del viejazo el mal siniestro.

Esta fornida guisandera, un tanto bigotuda, alta de pecho y de ademán brioso, había vuelto la casa de arriba abajo en pocas horas, barriéndola desde la víspera a grandes y furibundos escobazos, retirando al desván los trastos viejos, empezando a poner en marcha el formidable ejército de guisos, echando a remojo los lacones y garbanzos, y revistando, con rápida ojeada de general en jefe, la hidrópica despensa, atestada de dádivas de feligreses; cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas.