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Aquí tuvo Nieves que emplear toda la fuerza de su buen ingenio y de su voluntad, para fingir una carcajada con que salir del apuro en que la puso la observación de su padre. ¡Estás en tu juicio? exclamó después de reírse bastante bien. ¡Yo lo creo que lo estoy! respondió su padre empezando a dudar . Y ¿por qué no he de estarlo? Porque lo del vestido que dices, fue ayer. ¡Ayer?

Representaba cincuenta años, bien corridos; tenía buen color, la cabeza muy poblada de pelo alborotado y recio, la cara pequeña y enjuta, y aún parecía más chica de lo que era, por lo espeso de la barba que le ocupaba la mitad; la barba y el pelo, empezando a encanecer; la frente ancha, y destacado el entrecejo; la nariz curva, y la mirada de sus ojuelos verdes, firme y escrutadora; cara, en fin, cervantesca y un tanto «aquijotada». Daba grandes pasos con sus largas piernas al dirigirse a nosotros que le salimos al encuentro, y balanceaba el cuerpo, nervudo y cenceño y algo inclinado hacia adelante, al compás de las zancadas; vestía un traje modesto de paño obscuro, fuerte y barato, y calzaba abarcas de tarugos.

Luego manifiesta V. S. la presuncion de que dichos fronterizos quieren poblarse en los terrenos que median entre los rios Yaguarí é Igatimí; y bajo de este concepto, el acuerdo de V. S. con el Señor D. Diego de Alvear propone por mas útil y ventajoso omitir lo que S. E. ha dispuesto, prefiriendo abrir un camino que, empezando en Concepcion y tirando al este, conduzca á las bocas de dicho Yaguarí, para fundar en alguna de ellas una poblacion que prevenga á los Portugueses.

Con el saboreo de aquellas noticias y de estas «seguridades», sin un astro visible en el cielo, la tierra envuelta en la más cerrada y tenebrosa de las noches, y empezando a lloviznar, me dejé sumir en la barranca que se abría a corta distancia del santuario, encomendando mi alma a Dios y mi vida al instinto del cuadrúpedo que me conducía.

Después, y siempre poquito a poco, fue modificando el traje de D. Joaquín, empezando por los pantalones, que, como se los pisaba por detrás, los tenía con flecos o pingajos, que solían rebozarse en el lodo de las calles.

Lo indulgente que con las culpas era, hacía creer a los culpables que permanecían sus faltas casi ignoradas, y si trataba de corregirlas, nunca las reprendía ante tercero, sabiendo que nada se remedia empezando por lastimar el amor propio.

»Alguien se forjó la esperanza de que con la moda del veraneo entre las gentes ricas del interior, y las excelentes condiciones de esta playa, tan abrigada y espaciosa, no faltaría quien se fijara en ella, empezando de ese modo y por ahí una era de relativo florecimiento para la villa y su puerto. ¡Buenas y gordas!

Feijoo estuvo cosa de un mes buscándola y al fin pudo encontrarla. Si Fortunata, empezando por conformarse, acabó por sentirse bien, D. Evaristo estuvo desde luego muy a gusto en aquella vida. «Yo no soy celoso le decía , y aunque no pongo mi mano en el fuego por ninguna mujer, creo que no me faltarás, como no se descuelgue otra vez el danzante de marras.

Para que el método sea seguro, es necesario que en el descubrimiento de la verdad se proceda con orden, empezando por las verdades claras, y succesivamente procediendo como por grados hasta encontrar la que se busca.

¡Cuidado si es templada la chica esa! pensó Leto, empezando a discurrir en cuanto hubo pasado la última figura de la procesión . ¡Y guapa!... ¡Carape si es guapa!... y modesta, y sencilla para lo guapa y principal que es... Otra en su pellejo ¡se daría un lustre!... Resulta que le gustan mucho los paseos marítimos, y que quiere darlos en mi balandro... ¡Buena ocasión para lucirle en lo que vale!... la única, si bien se mira.