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Mas esto probaba, por el contrario, un profundo conocimiento de aquel terreno que pisaba, en que cualquier cintajo honorífico aseguraba el respeto y las consideraciones debidas a un personaje. Era una precaución prudentísima, una especie de broquel con que se resguardaba el viajero de mil impertinencias para todos molestas y para él tal vez peligrosas.

Pasada la cachetina y solo Cafetera, limpió con el gorro sus lágrimas de coraje, y con la flema de un inglés recién llegado comenzó á reconocer el terreno que pisaba. Aburrido de pasear el Muelle en todas direcciones sin fruto alguno, encendió en un tizón de una carena una colilla que halló al paso, y se sentó á mirar cómo trabajaban los calafates.

Al andar por las calles le pareció que pisaba con más fuerza, que era más mujer.

Era mujer que cuando se proponía algo iba a su fin derecha como una bala, con perseverancia grandiosa sin torcerse nunca ni desmayar un momento, inflexible y serena. Si en este camino recto encontraba espinas, las pisaba y adelante, con los pies ensangrentados.

Después bebió agua, volviendo la espalda al redondel para no ver las proezas de su compañero. Fuera de la plaza estimaba a sus rivales, con la fraternidad que establece el peligro; pero así que pisaba la arena todos eran enemigos, y sus triunfos le dolían como ofensas. Ahora, el entusiasmo del público parecíale un robo que disminuía su gran triunfo.

El brazo del jinete desangraba más y más... Al atravesar el camino por bajo de la colina, estaba deslumbrado y desvanecido y no reconoció el terreno que pisaba. ¿Había tomado un mal camino o era aquello Rattlesnake-Creek? Federico iba por el recto camino.

En un tiempo la pobre campesina Erraba por las pampas peregrina, Y era su prole, bendicion del cielo, Una calamidad, un desconsuelo, Que las puertas del rico le cerraba, Cuando sus puertas, trémula pisaba. El avaro veia en la familia Solo bocas hambrientas de vigilia, Y guardaba su estancia y su riqueza Con un gaucho y un perro en la maleza.

Simon Bolívar pisaba los umbrales de la vida en la ciudad de Carácas el dia 24 de Julio de 1783.

A la terminación de cada toro que matase Juan enviaría razón de lo ocurrido con un chicuelo de los que pululaban en torno de la plaza. La corrida fue un éxito ruidoso para Gallardo. Al entrar en el redondel y escuchar los aplausos de la muchedumbre, el espada se imaginó haber crecido. Conocía el suelo que pisaba: le era familiar; lo creía suyo.

El hijo que por primera vez pisaba el hogar de sus padres, a los treinta y cuatro años, revestido del carácter sacerdotal, parecía un extraño recibido con afectuosos extremos; la franqueza que con él empleaban resultaba tímida, como si a sus padres y su hermana les fuera difícil tratarle con verdadera intimidad.